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viernes, 19 de septiembre de 2008

LA AMABILIDAD, EL AMOR Y SUS MATICES

En nuestro recorrido por acercaros a artículos interesantes y que nos hagan reflexionar, hemos encontrado uno que, bajo mi punto de vista, aporta muchos matices reales a nuestras palabras que descubren la sutilidad de sus aplicaciones y que llevan a las emociones que todos sentimos, escondemos o expresamos, a veces, sin saber por qué lo hacemos. Bucead en este escrito y pensad en vosotros mismos cuando realizais lo que aquí describe.
“Amable, afable, agradable, afectuoso, acogedor, accesible, asequible, atento, cordial, gentil, cortés, simpático, cariñoso, complaciente, obsequioso, solícito, zalamero... todos estos términos y más, forman o pueden formar parte de las tácticas de atracción. En condiciones normales, es imposible hacerse amar sin ser amable, o sin intentar parecerlo al menos. Las diecisiete formas de conducta enumeradas y otras muchas que se le pueden añadir, son otras tantas fórmulas que no persiguen otro objetivo que el de hacerse amar; tanto socialmente como en el ámbito de la pareja. La persona que demanda amor está dispuesta a poner a contribución de su objetivo todas las actitudes y actuaciones arriba enumeradas; y cuando es el caso, también el sexo.

Hay mucho sexo que no pide el cuerpo, destinado únicamente a atraer el amor; o a mantenerlo si se tiene ya; es un acto más de amabilidad, es decir un recurso más para hacerse amar. Con harta frecuencia, una conditio sine qua non, una condición sin la cual no se consolida el amor. Eso es así, y probablemente no pueda ser de otra manera. Cada uno según su propia condición ha de ofrecer a menudo algunos sacrificios en el ara de la amabilidad. Si nuestro objetivo es hacernos querer, raro es que lo consigamos siempre haciendo lo que más nos place. Todos y todas (que se dice ahora) hemos de hacer a menudo cosas que nos apetecen poco o nada, por mostrarnos amables. Desde la sonrisa arrancada al tedio, hasta las cortesías y atenciones y cumplidos que no nos salen precisamente del alma. La vida es así, y bienaventurado el que dejándose llevar por instintos y caprichos atrae hacia sí el amor de las personas con quienes convive. Esa será en todo caso la excepción, y no la regla. Tan afortunado como aquellos que se ganan bien la vida haciendo lo que les gusta, y únicamente en la medida en que les gusta. También éstos son excepción.

Todos hemos de hacer algo que no nos viene de cara para caerles bien a los demás, para ser aceptados por ellos, o al menos para no ser rechazados. Eso está claro. Lo que no lo está tanto es el límite; porque todo tiene un límite. Cuando por parecerle bien a otro entramos en el mundo del camuflaje, de la ficción y de la mentira, es que nos hemos pasado de rosca. Cuando por mantener el tipo hay que hacer sacrificios desproporcionados; cuando la amabilidad se convierte en negación y anulación de uno mismo, es que se ha ido demasiado lejos en ese camino; un camino de corto recorrido, de ir pasando, y a veces incluso de pasarlo mal. No es buen principio para una relación que alguien tenga que atraerse el amor o el interés de otra persona a cualquier precio. Una relación fundada sobre esos cimientos, tiene un mal porvenir. Ocurre más bien en estos casos que se ha perdido ya toda esperanza de hacerse amar, y lo que nació como amabilidad, degenera en servilismo. Se busca tener contenta (es decir contenida) a la otra persona no ya para atraer su amor, sino por evitar su rechazo. Cuando ocurre esto, es porque la tal persona padece un grave déficit de autoestima, que se empeña en compensar comprando a cualquier precio la estima de la persona con quien convive. En estas situaciones se ha perdido hasta la más remota referencia al amor, a la amistad, e incluso al respeto que cada uno se debe a sí mismo.

AMABILIDAD
Solemos olvidar que amable significa \"digno de ser amado\"; que amable es el que se comporta de un modo determinado, con el objeto de inducir a los demás a que le amen. Que se trata por tanto de una conducta que no se agota en sí misma, sino que tiene como finalidad mover a los demás a comportarse con nosotros proporcionalmente. Es lo que los romanos expresaban en la frase do ut des: doy para que des. Por eso, todo el que se siente objeto de amabilidades inusuales o discriminadas, se pregunta con razón qué se espera de él; con qué se pretende que corresponda a tanta amabilidad. En la mayoría de los casos, quien se muestra amable, lo único que pretende es ser amado o en caso de competencia, ser preferido.



Nuestra desinencia -ble- procede de la correspondiente latina -bilis. Para fijar su significado, no hay más que recorrer una serie de palabras que la llevan: en los ejemplos fácil, noble, probable, afable, agradable y en cuantos queramos añadir, hay un denominador común, que es su condición de pasivos. Por más que nos parezca que agradable es el que agrada, y amable es el que ama (a baja intensidad), no es así, sino que agradable es la persona que hace por que le agrademos, y amable es la que hace por que la amemos; del mismo modo que factible (en latín, fácilis, reducción de facíbilis) es lo que puede ser hecho; probable, lo que puede ser probado; afable, la persona con la que se puede hablar for, faris = hablar). Amábilis, por tanto, es aquel, aquella o aquello que se deja querer, que se hace amar, que se puede amar, que es digno de ser amado o amada. Al recorrer todos los posibles sinónimos de amable, se nos hace evidente en primer lugar que no nos referimos explícitamente al que en especial denominamos y reconocemos como el sentimiento del amor por excelencia (aunque tampoco lo excluimos), sino más bien a esas gotas de amor que procuramos diluir en todos los órdenes de la vida, para hacerla soportable cuando es dura, y añadirle algo de encanto cuando es aceptable.

El término amabílitas se forjó en latín, con el mismo significado aparente que tiene para nosotros, como sustantivación del adjetivo amábilis, amábile. Digo que la igualdad de significado es aparente, porque la amabílitas latina estaba mucho más cerca del amor y conducía a él. Nuestra amabilidad, en cambio, es un producto distinto; tiene que ver con las formas y con las normas de conducta, pero no con los sentimientos. No sólo eso, sino que sirve a menudo como encubridor de los verdaderos sentimientos y de las intenciones, porque al empeñarnos en causar buena impresión en los demás, no nos importa recurrir incluso a la mentira y a la ficción. Y eso es así porque le hemos dado del todo la vuelta a la palabra: hemos olvidado que el objetivo inicial de la amabilidad fue atraernos el amor de los demás, esforzarnos por que nos amasen; y en vez de eso nos entregamos a halagar su vanidad y a complacerles por todos los medios. En vez de atraer a los demás hacia nosotros mediante la amabilidad, la empleamos para arrastrarnos hacia ellos, a menudo con formas muy poco dignas. Como decía Dostoyevski, llegamos a asumir considerables sacrificios por querer causar buena impresión en los demás. He ahí una palabra grande y noble que, al tergiversarla, la hemos empequeñecido y envilecido”

(Extraido de la página elalmanaque.com/sexualidad/articulos/sex18.htm) Muy interesante para consultar.