Aunque no lo parezca, y es
cierto que ser egoísta no tiene buena prensa ni suele ser bueno cuando su
práctica va en contra de la caridad y la misericordia, creo que andaríamos
mejor si aprendiéramos a utilizar las necesidades propias hacia la felicidad en
vez de hipotecar nuestro tiempo y la vida para que sean otros los que se
beneficien de nuestro yo más interno y vital.
¿De verdad es tan malo ser
egoísta?
Muchos deciden dedicar su vida
completa al capricho de los demás, tal vez motivado por la sensación de culpa
en ese tan denostado momento de satisfacer la deuda histórica, por la búsqueda
del amor y la compañía, por la necesidad de aceptación, de caricias…Tal vez en
la búsqueda irracional de que todos nos quieran, nos acepten y les caigamos
bien. Pero nos falta la decisión o la capacidad para reflexionar y tomar
conciencia de que es muy pesado complacer a todos todo el tiempo y más cuando
renunciamos a lo que realmente uno quiere o necesita.
Intentamos no hacer o hacer tal
o cual cosa por ellos, cuando precisamente si no hago, lo que quiero yo es
hacer y si hago, lo que me apetece es no hacer. Siempre al revés de mí mismo. Y
es que no entendemos que hagamos lo que hagamos, seamos lo cariñosos,
competentes, habilidosos, seductores que seamos, siempre habrá alguien a quien
no le guste nuestra conducta. Siempre habrá alguien que no aprecie nuestra
manera de ser y se sentirá a disgusto con nuestro proceder. Tal vez por miedo,
por envidia, por sus propias frustraciones, por su incompetencia, por quién sabe
qué, pero uno lo que hace es adaptarnos a ellos para que no se sientan así,
para que no se disgusten… ¿Y nosotros, qué?
En varios artículos consultados
hemos podido leer: “Cuando aprendemos a
dejar de escuchar a los demás con sus comentarios negativos, cuando aprendemos
a amarnos tanto que somos capaces de ver nuestra propia luz, es cuando
realmente empezamos a ser libres. Estar pendientes todo el tiempo, como base de
nuestra vida, de los demás, lo único que va a hacer es que seamos personas
frustradas…”, seguramente porque nunca llegaremos a conseguir contentar del
todo a quien recibe nuestras eternas atenciones.
No hemos de abandonar nuestra
personalidad, ni nuestros anhelos deben verse relegados y supeditados
constantemente a los deseos de los demás, porque, en el sentido que deseo
reflexionar sobre esto de ser egoísta, es aprender a decir qué es lo que
queremos en la vida, es proclamar nuestro deseo de ser felices, es hacer lo que
realmente queremos sin tener que fingir aquello que no deseamos. Es ser libres
y honestos con uno mismo y también, por qué no, honrado con los demás.
Con este poder en nuestras
almas hasta nos queda fuerza y energía para dársela a los demás, pero sin caer
en la trampa de que uno tiene que solucionar la vida de los otros antes que la
suya propia.
Soy consciente de que este tema
suscita multitud de controversias, pero ahí está y así es. Si yo soy feliz
puedo dar felicidad, si yo estoy bien puedo dar lo positivo de mí. ¿Qué opinas?
Tal vez la situación a
descubrir es qué pasaría si nos decidiéramos a ser sanamente egoístas. Oímos “egoísmo”
y salen los juicios negativos de nuestras ancestrales creencias, nuestra moral
y escuchamos o ponemos un gran grito en el cielo: ¡Por Dios, ser egoísta es lo
peor! Esto aparece para cercenar toda actitud que no se asemeje y vaya de
dedicación altruista y generosa hacia nuestros semejantes. Pero vuelvo a preguntar:
¿Y nosotros, qué?
Nuestra mochila de reproches
ante este egoísmo debe empequeñecerse porque el objetivo es dejar de crecer con
la preocupación de no defraudar a nadie, a veces, con el gran precio a pagar de
no importar lo que uno mismo siente ante esas situaciones.
Si vemos la definición de
egoísta, leemos que es la persona que realiza acciones y conductas orientadas
hacia el yo. ¿Y qué tiene eso de malo?
Mamen Garrido, psicóloga y
experta en coaching, en uno de sus artículos, nos comenta: “Todo esto es para ser uno feliz y no conozco a nadie que sea feliz que
piense en hacer daño a los demás.” Es más, pienso que el egoísmo del que
hablo está íntimamente ligado a la honestidad y honesto es quien actúa de
acuerdo a como piensa y siente, y si por ser fiel a mí mismo y sentirme en paz me etiquetan de egoísta, que lo hagan.
También conozco a personas que
han decidido hacer todo por los demás, primando el tiempo, el ritmo y la vida
de los otros frente a la suya, y sin embargo no veo que sean excesivamente
felices, más bien es el cuento de nunca acabar porque cada vez renuncian a más
cosas y se les exige más.
Ayudar a los demás está muy
bien, todos lo hacemos y todos necesitamos a alguien en momentos determinados,
pero el problema vienen cuando siempre se antepone las necesidades de los demás
a las propias; debería decir tal cosa pero no la digo porque qué van a pensar…
Y sé que muchas veces decimos sí cuando queremos decir no, precisamente por ese
miedo ancestral a poder parecer “egoístas”.
“Quienes
viven a merced de los demás, quienes dan mucho a cambio de poco o de nada,-continúa
diciendo Mamen Garrido- son personas que
se conforman con migajas en lugar de aspirar al mejor trozo del pastel.”
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