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martes, 7 de agosto de 2018

Las discusiones, visto lo visto.

(Sobre artículo de la autora Alex Bayorti colaboradora del Blog de Psicoadapta.es)
Más allá de los clásicos refranes que el amor romántico nos ha legado del tipo “los que se pelean se desean”, las parejas pelean  por motivos que no tienen demasiado que ver con el amor (más bien todo lo contrario). Sin embargo, hay estudios que reconocen que las parejas que discuten habitualmente son más duraderas pero, ¿vale cualquier manera de discutir? Te explicamos lo que dice la ciencia de las discusiones de pareja.
Los motivos por los que las parejas pelean

Las peleas en la pareja aparecen pasada la etapa de enamoramiento y, dependiendo de la intensidad de la relación (si viven juntos desde el inicio, si residen en otras ciudades,…), esto tiene lugar entre los 7 meses y los 2 años de los comienzos. Es el denominado paso del sistema familiar ideal al sistema familiar real. Según los expertos psicólogos en atención familiar y relaciones de pareja, las discusiones al principio de la relación son sanas desde la perspectiva de ajuste de la pareja.

 Al principio todo es maravilloso en la relación de pareja y la otra persona no tiene defectos o, más bien, ambas partes obvian muchos defectos que puede que realmente no les satisfagan tanto como creían. La etapa de reajuste es necesaria e implica discutir ya que se tienen que aceptar los defectos ajenos y los propios, hacer concesiones y, por supuesto, mantener la identidad propia e individual con respecto al otro.
El gran inconveniente se produce cuando esta etapa nunca culmina, sino que se extiende a lo largo del tiempo. Las crisis aparecen, en las crisis se entra porque suelen ser el medio por el que se adaptan nuevas situaciones, nuevos tiempos, nuevas estructuras, nuevas necesidades, pero no podemos estar en una continua crisis de adaptación, ya que entonces la misma crisis que debía ser el elemento por el que aportamos las soluciones, se enquista y se hace problema, o elemento que lo agrava. Entramos en lo que llamamos la crisis de las crisis.
Los motivos habituales por los que una pareja discute son:
  • Inseguridad propia.
  • Familias de origen.
  • Falta de comunicación adecuada y eficaz al inicio de la relación.
  • Idealización excesiva.
  • Ausencia de metas y proyectos en común.
  • Comodidad y desinterés por parte de uno de los miembros.
  • Diferentes escalas en las expectativas ante un mismo hecho o situación.
La relación de pareja se forja durante los primeros años y se mantiene a partir de ahí (se cuida constantemente y se innova porque es algo vivo, en constante movimiento con etapas de meseta tranquila con necesidades de acuerdos). Es un proyecto importante que, junto con los proyectos personales de cada individuo, conllevan un estado de satisfacción. ¿El problema? Cuando los miembros no se han comunicado acerca de sus necesidades es probable que surjan innumerables discusiones porque cada vez es más evidente, en estos momentos vitales que vivimos, que con el amor no es suficiente.
¿Son más duraderas las parejas que discuten?

Según un estudio llevado a cabo por Gottman Institude en 2015 se determinó que las parejas que discuten tienen una relación más sana y fuerte. Eso sí, por supuesto depende de cómo se discuta. Una discusión en la que uno o ambos miembros se faltan al respeto, solo buscan dominar o llevar la razón, gritan y desprestigian a la persona y tratan de mantener su posición, aún a riesgo de acabar con la relación, no es un buen ejemplo de lo que concluyó este estudio.
Las discusiones de pareja sanas deben incluir estos factores: que la voluntad de ambos sea llegar a un acuerdo que beneficie a ambos y que en todo momento se hable en base a un argumento con respecto al tema. La idiosincrasia individual no debería ser un problema, sino un elemento que aporta riqueza al conjunto, que complementa.
Hay un error muy común en las peleas de pareja y es justamente que son peleas. Los miembros no buscan llegar a un acuerdo, ni entender al otro sino que solo quieren tener la razón. Obviamente, si es así es imposible ponerse de acuerdo y se tiende a incluir otras quejas que nada tienen que ver con el motivo principal en la discusión. Y esto no es más que porque poseemos una “mochila cargada” de pequeñas pegas que no comunicamos a nuestra pareja, pero llevamos prendida y a cada pequeño problema que surge emitimos nuestra factura histórica para que todo se enmarañe y no aclaremos nada. Así no se puede y este no es el camino.
Para discutir bien, la discusión debe ser:
  • En un tono de voz asertivo.
  • Buscando la concordancia sin dejar a un lado las necesidades propias.
  • Teniendo muy clara la materia de discusión y no perdiendo el punto a discutir.
  • Respetando los turnos de palabra.
  • Recordando a cada momento que estás frente a una persona a la que quieres.
  • Sin juzgar al otro en conjunto sino solo la materia que se discute. Y para eso hay que escuchar y no aprovechar su momento para estar preparando una respuesta y una estrategia. Si no tengo toda la información no puedo saber la magnitud de la controversia.
  • Discutiendo en unas condiciones adecuadas (no discutir cuando los nervios estén a flor de piel, estéis cansados, no hayáis comido, se haya bebido de más, etc.) Esperad a estar los dos tranquilos y con perspectiva.
  • Vigilando no sólo qué se dice, sino cómo se dice, tanto en el aspecto verbal como en el no verbal (a veces éste más importante)
Por último,  te interesará saber que según como discute una pareja se puede saber mucho acerca de la salud de una relación. John Gottman, profesor de la Universidad de Washington estableció en los años 80 un “laboratorio del amor” en la universidad con un 95% de fiabilidad en lo que durará una relación según como discutía la muestra.
Defensiva: No hay diferencia entre sexos.
Crítica: Es la más empleada por las mujeres en esta muestra de 3000 parejas.
Obstruccionista: Es las más empleada por los hombres.
Despectiva: Esta última es la que conlleva un mayor riesgo para la relación. Es empleada por ambos sexos de la misma manera.
Lo cierto es que estos patrones van cambiando debido a que este estudio tiene más de cuarenta años de antigüedad. Lo que sí que es cierto es que las discusiones de pareja sin respeto nunca terminan bien. Puedes discutir, claro que sí, pero respetando al otro y no diciendo que se le respeta de forma verbal pero demostrando con hechos, con formas y con un lenguaje no verbal que indique todo lo contrario. Es casi más importante lo que el otro percibe que lo que yo le estoy diciendo porque es “su verdad” la que va a primar a la hora de “traducir los mensajes” que le llevan a las emociones.
Todos queremos asentar las bases de la relación en pareja sobre las estructuras más firmes y equilibradas posibles, en cambio, y no es raro encontrar, que este deseo se ve imposible al hacerlo fuera del plan inicial, siendo más bien tejido sobre una urdimbre descompensada, desigual y sobre unas emociones y actos que lo que persiguen es aquello de que “antes de que me haga daño lo hago yo”. Y así se consigue todo lo contrario porque ya se inicia la relación con una desconfianza que llenará la relación de más de lo mismo, creyendo que mi pareja es mi “contrario”, mi “enemigo”.
Discutir es natural pero hay que hacerlo bien e intentar no entrar en el proceso que nos provoque ese “pico de enfado extremo”. La psicóloga Harriet Lerner en Psychology Today, dice:“Cuando un matrimonio tiene una buena base de sólida amistad y el respeto mutuo, puede tolerar una cantidad justa de emoción en estado puro, pero pagar nuestros humos y emociones exaltadas y terminar por convertirla en la responsable de nuestro enfado nunca es la solución.”
Una buena pelea puede limpiar el aire y es bueno saber que podemos sobrevivir al conflicto e incluso aprender de la situación” opina Lerner, especialista en relaciones de pareja y psicología femenina, “…pero todo tiene su momento y medida. Hay que tener cuidado con las peleas descontroladas e irracionales que pueden erosionar el amor y el respeto que son la base de cualquier relación exitosa.”
Una buena discusión en la pareja no es eso de Yo gano, Tú pierdes. Si esta es la base, gana la crisis y pierden ambos, la pareja.

martes, 21 de junio de 2016

¡Eso no me gusta…! Pues ya sabes…

El interior suele rebelarse ante situaciones que no nos gustan. Ante esto estamos solos, somos unipersonales y reaccionamos independientemente a tener pareja o no, y nos manifestamos como únicos seres que opinan y reaccionan ante esas circunstancias con opiniones en contra.

Nuestra escala de valores no acierta a introducir variables como el amor que se siente por el otro, las cosas buenas que hace, y no esa en especial que nos saca de quicio, pareciendo tener y cobrar toda la fuerza esa obra que en este momento me exaspera, y debería decirlo. Depende de que se ponga a trabajar, en un buen sentido o no, el área que nos impone las normas por las que debo manifestar, libremente o no, aquello por lo que no me gustaría pasar ni acceder, aquello que verdaderamente me molesta. Depende si se bloquea ese área que me hace ser comprensivo o aquella en la que de forma instintiva me hace reaccionar.

Esto no me gusta y le doy mucha importancia, ya que no soy capaz de relativizar y ver toda la cantidad de cosas buenas que también recibo, pero en ese momento no soy tan autosuficiente ni trabajan los recursos de forma adecuada para detener esa rabia, preocupación o malestar que “ofende” mi propia escala de valores.

Y lo digo, me manifiesto en contra y no es bien entendido, porque las reacciones son tan desmesuradas y en cantidades tales que te apabullan y te hacen pensar que no puedes decir lo que verdaderamente sientes, nunca, nunca, nunca. Porque si las dices, pierdes. Si las manifiestas te llegan una serie de tormentas en forma de reproches y de apelativos del tipo “egoísta”, “poco generoso”, “creador de infelicidad”, “nada comprensivo”, y como poco que eres nada razonable ante algo que no tiene ninguna importancia (claro está, para ellos)

No dices nada, otras veces, con palabras, por no parecer eso que dicen que eres y te va a llover, pero tu cara es un verdadero poema porque no puede negar aquello que desde el interior se refleja en tu mapa gestual. Y te han descubierto de nuevo. Ya saben lo que piensas aunque no lo digas y como no te ríes ni te portas con la cortesía que se espera de ti, te han vuelto a descubrir, que no eres la persona que necesitan a su lado, porque eres grosero, nada generoso, egoísta, etc., etc., etc.

Necesitan que siempre estés bien ya que eres su apoyo y no debes flaquear porque necesitan a su lado la fortaleza que tú representas, la seguridad, la alegría, lo que les hace sentirse bien…Debes ser ejemplo eterno de que contigo se pueden cruzar los ríos más profundos y enfrentarse a los problemas en los que te desenvuelves como pez en el agua. No flaquees porque eso hace que se derrumbe su mundo de esperanza.

¿Qué podemos hacer ante estas situaciones?

Hemos de cambiarlas o matizarlas, porque la tormenta que se acerca es totalmente precursora de los mayores tsunamis emocionales en tu contra, ya que no entienden que se pueda ser así, no viéndose ellos mismo su propio desarrollo y postura ante eso que verdaderamente, de forma objetiva, es capaz de molestar a cualquiera, porque se repite continuamente, siguiendo y permaneciendo las actitudes en el tiempo y además que ves que no tienen viso de ningún tipo de cambio. Seguramente eres tú el que, si quiere una situación, trabaje para ella, si es que merece la pena, porque casi nadie va a cambiar nada si no eres tú mismo.

También podemos verbalizarlas, comunicarlas en un estado de serenidad relativa, cuando no están las “hachas en alto” para que tal vez se entiendan las posturas, ambas, de una vez por todas, porque lo que realmente suele suceder es que estos problemas son repetitivos y/o enquistados, ya que las soluciones nunca se han tomado con la suficiente soltura, positividad, capacidad de negociación y capacidad, real y muy real, sin artificios, de comunicación eficaz, respetando los sentimientos y los tiempos de cada uno.

Lo que está totalmente claro en este punto es que no debemos dejar pasar las cosas que no nos gustan con las personas con las que se convive en alguna medida. El miedo a abordarlas nos hace posponerlas y acaba por ser el verdadero problema difícil de solucionar, pudiendo haber sido, por otra parte, algo sencillo, las primeras veces que aparecen. Y si algo funciona es cuando las partes deciden comprender las posturas del otro: la empatía, porque nadie es más que otro, ni menos.

La prepotencia puede llevarnos a creer lo que no es, precisamente porque esa “máscara” puede contener un miedo e inseguridad que el que la padece la ostenta para paliar el daño que cree que se le puede hacer. La prepotencia no facilita la comunicación ni la empatía, tengámoslo claro, por lo que suele declinarse la oferta de diálogo que en algunas ocasiones se plantea o surge. Porque el final siempre es el mismo, el prepotente se suele levantar porque no consigue su único objetivo, se suele escuchar él y no al otro y suelen prevalecer sus razonamientos sin posibilidad de que sean erróneos.

No es raro que se rompan relaciones más o menos “estables” cuando surgen todas estas pequeñas espinas que se han dejado de solucionar cuando han aparecido. Pero si haciendo lo adecuado y debido no surte efecto o alguien no accede a la negociación en beneficio de un mejor clima, con convencimiento, lo mejor es establecer la necesidad de ver la posibilidad de esa separación que tanto nos aterra.

Juan José López Nicolás

martes, 7 de mayo de 2013

La gestión óptima de los conflictos: cuestión de respeto


Aprender a manejar los problemas y lidiar con las diferencias de la pareja es algo fundamental, tanto como el amor, para lograr un matrimonio sólido, duradero y feliz. Todos intentamos aprender, o por lo menos deberíamos hacerlo, el ver cómo poner fundamentos sólidos para un matrimonio duradero.

Pablo y Betty me dijeron que nunca habían tenido una sola discusión, ni siquiera un pequeño argumento. Dicen que se llevan perfectamente y que esperan que su “performance” continúe de la misma forma una vez casados.

Mientras estaba sentado escuchándolos hablar, pensaba: “¿Qué es lo que anda mal con esta pareja? ¿Por qué tratan tan fuertemente de evitar los conflictos?” Me ponía nervioso ver que iban a casarse sin conocer mucho sobre un aspecto crítico de sus relaciones. No tenían la menor idea sobre sus habilidades combinadas para manejar los conflictos.

Los desacuerdos y peleas en una relación son inevitables, y pueden ser beneficiosos o mortales. Si dos personas saben cómo resolver conflictos y sus discusiones han favorecido la profundidad y la madurez de su relación, pues entonces poseen una habilidad magnífica. Pero si no saben cómo lidiar efectivamente con sus desacuerdos, su matrimonio puede ser que sea destruido sistemáticamente. En mi opinión, la mayor razón por la cual muchos matrimonios fracasan es porque no saben de qué forma manejar sus diferencias. Es precisamente por esa razón que se torna tan importante alcanzar de antemano la habilidad para manejar los problemas. Si usted no sabe esto, está tomando un enorme riesgo.

La mayoría de las personas asumen que el no tener conflictos significa que sus relaciones son mejores que si tuvieses algún conflicto. Sin embargo, no pienso de la misma forma. Por supuesto, cuando hay muchos desacuerdos entre dos personas, puede ser que estas sean muy diferentes, y quizás deban considerar el no casarse. Pero las mejores relaciones que conozco son aquellas en las cuales ambas personas son completamente honestas y auténticas. Y la verdad es que no pueden ser de esa forma sin descubrir sus diferencias.

Estas diferencias representan las perspectivas particular que cada uno trae a la relación. Y aunque estas diferencias necesitan ser resueltas, es durante el acto de resolverlas que la pareja puede llegar a conocer y a respetar a su compañero de una forma más profunda.

El grado al que llegue una pareja en su apertura mutua y la autenticidad entre ellos, determinará el grado de complementación y satisfacción. Si esconden sus pensamientos y sentimientos por temor a lo que produzca el conflicto, no pasará mucho tiempo antes de que sobrevengan los sentimientos de pérdida interior y resentimiento del uno hacia el otro.

Las buenas relaciones permiten una cantidad considerable de libertad individual, por una razón u otra. La pareja puede ser que descubra en su honestidad que se parecen mucho, quizás por similitudes culturales y genéticas. O puede ser que descubran que ambos, aunque tienen diferencias, han aprendido a manejar las diferencias para gran beneficio de sus relaciones. Esta es la habilidad que toda pareja debe desarrollar antes de casarse. De otra forma, no podrán tener confianza en la durabilidad de su unión.

El secreto fundamental

Cuando conocí a Russ y a Jamie me quedé impresionado con la forma en que se trataban el uno al otro. Había pasado la primera medio hora de sesión de consejería prematrimonial, cuando llegué a la conclusión de que esta pareja podría resolver casi cualquier diferencia.

A veces hablo conmigo mismo de la siguiente forma: “¿Qué es lo que percibo, qué me hace sentir tan seguro de que esta pareja puede manejar los problemas que vendrán a su encuentro?” Y me sorprendo de lo simple que es mi respuesta: ellos se respetan mutuamente y se respetan a sí mismos. Y es que la solución de los conflictos se encuentra alrededor del respeto mutuo; los conflictos que son dañinos, casi siempre envuelven al menos a una persona insegura y preocupada por sus necesidades individuales.

Pero, ¿cómo sé, con tan poco tiempo, cuánto respeto se tienen las personas por ellos mismos y por los demás? En parte es porque he aprendido a saber lo que estoy buscando. He aquí cómo determino si se respetan a ellos mismos o no: generalmente les formulo ciertas preguntas y observo con mucha atención sus reacciones y respuestas: ¿buscan ellos dentro de sí por las respuestas y toman tiempo para enunciarlas? ¿Parecen estar satisfechos con la forma en que respondieron una vez que terminaron? ¿Dan, acaso, su opinión con confianza? Si lo hacen, lo más probable es que confían en ellos y se respetan a sí mismos.

También observo a la persona que no está hablando para ver cuánta atención presta a su compañero. Trato de observar los gestos de la cara y la cantidad de “contacto de ojos” que mantienen. Esto me dice lo mucho que la pareja se respeta mutuamente.

Las personas se respetan entre sí por la forma en que se hablan y se escuchan, cómo se tocan y hablan el uno del otro en sus conversaciones. La forma en que dos personas se tratan la una a la otra cuando no hay conflictos, es el mejor pronóstico de cómo se tratarán cuando el conflicto ocurra. Y si llego a la conclusión de que se respetan a sí mismos y mutuamente, entonces me siento confiado de que pueden resolver virtualmente cualquier tipo de conflicto que se les cruce en el camino. ¡Así de simple es!

Puede ser que usted se esté preguntando si he simplificado demasiado el fundamento para resolver conflictos. Permítame contarle más de Russ y Jamie. Les pregunté cuán alegres fueron en su niñez, y me contaron honestamente que la mayoría de su niñez fue positiva; también hablaron de algunos momentos negativos. A través de todo esto, se prestaron atención mutuamente como si nunca antes hubieran escuchado la historia.

Luego les pregunté sobre las relaciones con sus padres. La experiencia clínica sugiere que las relaciones de una persona con sus padres –especialmente con su madre– son cruciales para predecir cuán efectivo será él o ella para tener éxito en el matrimonio.

–Era una persona tan cuidadosa... –dijo Russ refiriéndose a su madre-. Tenía ocho hermanos y su familia vivía en una granja. Solo fue a la escuela primaria, pero tenía buenas habilidades para la lectura y la escritura. Ella nunca tuvo mucha autoestima y no me ayudó con mis tareas del colegio, pero siempre estaba apoyándome y elogiando mis logros.

Russ hizo una pausa por varios segundos, para luego continuar:

–Supongo que lo que mejor recuerdo de ella fueron los momentos en que se levantaba conmigo a medianoche cuando me dolían los oídos. Yo estaba en aquella época en quinto o sexto grado. Entonces me sostenía la cabeza, apoyando mi oído en sus faldas y hacía todo lo que podía para consolarme.

Las lágrimas llenaron sus ojos y el nudo en su garganta le impidió seguir hablando.

Jamie no dijo una palabra. Ella solamente se acercó a él y le tomó la mano. A través de su historia los ojos de Jamie estaban fijos en los de él. Ella escuchaba con ese tipo de respeto fundamental para resolver conflictos.

Los problemas son mil veces más fáciles de manejar si dos personas se tienen un respeto profundo una por la otra. Si ese fundamento está presente, las técnicas para solucionar los conflictos pueden ser aprendidas fácilmente. Pero si el respeto no está presente, todas las técnicas del mundo no llegaran a ser suficientes.

Cualquier pareja que pueda lidiar de forma positiva con los conflictos tiene una habilidad de gran valor. Pienso que Daniel Goleman, del New York Times, estaba en lo cierto cuando dijo: “La habilidad de hablar sobre los problemas es más importante que lo mucho que una pareja se ame o lo feliz que eran antes del matrimonio”.

Cuando las parejas no son capaces de lidiar efectivamente con sus diferencias, el matrimonio se convierte en algo muy riesgoso para ellos. Necesitan esperar hasta que hayan remediado sus insuficiencias.

Creo firmemente que cualquier pareja que desea un matrimonio duradero tendrá que aprender a manejar los conflictos de forma constructiva. Si no lo hacen, llegará el momento cuando el camino al amor estará tan sucio con la basura de los desacuerdos sin resolver, que simplemente no podrán caminar por él. Obviamente, el mejor momento para determinar si tienen lo que se necesita para mantener ese camino abierto, es mucho antes de señalar una fecha de boda.

Sobre un artículo de Neil Clark Warren y textos tomados del libro: Cómo hallar el amor de tu vida de Editorial Unilit

lunes, 5 de noviembre de 2012

El pozo emocional

Otro artículo interesantísimo y reflexión crucial les dejo, de la mano de nuestra colega Graciela Large, que como siempre ahonda en la interioridad de nuestro ser. Ese que nos cuesta sacar y al que llegar para conocer nuestras mínimas reacciones de nuestra propia alma. Ese interior que se nos pierde en la distancia y que nos sugiere que le sigamos para encontrarnos, pero del que casi siempre huimos por no enfrentarnos a nuestro propio espejo que nos muestra verdaderamente quienes somos. Y nos ayuda…, y nos quiere ayudar pero somos nosotros lo que no escuchamos su voz cálida, expectante y tan directa y cruda que también nos asusta de una manera real.

Limpiar el pozo emocional, como dice Large, es lo que nos toca experimentar cuando un día descubrimos que nos ha podido el resentimiento. Una limpieza que a veces nos revela que el alejamiento o la evitación hacen más patente el autodesprecio.

Este artículo lo subtitula “crece…crece…crece…resentimiento”

Cuando algo se espera por lo general se guarda dentro y callamos. Aguardamos con la expectativa de que se cumpla. Elaboramos una petición bajo la premisa de que es justo aquello que deseamos, y por lo general, como la norma es no recibirlo, sobre todo en pareja, nos resentimos.

Casi siempre el comportamiento es inapropiado para aquellos que esperan algo y se dilata con el tiempo: que se nos pida perdón, que cambie, que esté más próximo, que actúe con responsabilidad o que nos haga su socio.

A veces sólo consiste en esperar que se nos acepte y se nos quiera porque somos su madre, maestro, esposo, amigo, o compañero de trabajo. Y no pasa. Todo lo contrario. Parece que todo se confabula para alejar la posibilidad.

Es más, ese otro, no sólo deja de cumplir nuestras expectativas sino que además nos muestra con su comportamiento ciertas actitudes que no soportamos y, que por lo general, si nosotros caemos en ellas, las miramos con condescendencia, pero las vivimos rematadamente mal si las hace aquel de quien esperamos algo.

Puede ocurrir por ejemplo que hacemos un favor a alguien en apuros, y luego su comportamiento deja en entredicho nuestra recomendación. Es el caso de Juan que hace poco consiguió a un familiar dos trabajos y sin embargo, por un problema con la bebida le echaron de ambos.

Durante meses se guardó dentro todo su malestar, sin dejar de rumiar su disgusto. Le resultaba imposible dejar de ver a ese familiar como una persona irresponsable que le había fallado. Y ese es el sentimiento que experimentamos cada vez que percibimos al otro como alguien equivocado.

Y en esa percepción se esconde una interesante actitud: la incapacidad para respetar la libertad del otro hasta para equivocarse. Para vivir conforme quiere aquello que necesita.

En el caso de Juan quizás con un aviso habría bastado. Seguramente conocía el histórico de su familiar y llegar a ciertos acuerdos antes de dar el paso de recomendarle le habría ahorrado el disgusto.

El ejemplo nos vale para que contemplemos los efectos que tiene en nuestro ánimo la petición encubierta del tipo que sea. La demanda está en el inconsciente colectivo y se vive como justificada: quiero una pareja para que me quiera; un socio para que me dé poder; una amiga para que me acompañe.

Sin embargo pedir aporta sensación de carencia, convirtiéndonos en personas apegadas y poco desprendidas. La clave para salir de la dinámica mundial de sentirnos con resentimiento y además sentirnos carentes, se basa en dar activando lo que pedimos.

Un mundo en donde cada uno da desde lo que es, sin forzar a nadie en su libertad, nos permite descubrir que cuando coincidimos somos ricos en vivencias, conocimientos y afectos. Y sin olvidar que a muchas personas les gusta vivir su soledad llena de ellos mismos.

viernes, 1 de abril de 2011

REALIDAD SOBRE LAS DISCUSIONES Y LA PAREJA

Las discusiones en pareja son necesarias ante los desacuerdos, lógicos entre dos personas, con el fin de negociar soluciones ante los problemas o expresar opiniones aún con distintos puntos de vista. La pega es que hay parejas que no saben discutir, no se escuchan, no se centran en las soluciones, sino en buscar culpables y defender sus respectivas posturas, a veces de forma agresiva (enfadados, gritando, irónicamente…) así cualquier tema en el que haya desacuerdo, por nimio que sea, es susceptible de provocar discusiones destructivas donde lo importante es ganar al otro. En general, la familia política y la educación de los hijos son temas de discusión recurrentes en las parejas que acuden a terapia para mejorar su relación.
No es raro que en esa discusión suela ceder el más inhibido, el que huye de los conflictos o convive con una persona con un estilo de comunicación más agresivo. No es cuestión tanto de sexo como de personalidad.

El que cede acaba con la discusión, aunque no llegue a un acuerdo satisfactorio, a corto plazo cesa la situación que vive de forma aversiva, pero a medio o largo plazo la insatisfacción ante su cesión pasan factura; la discusión puede volver a darse y la frustración y el malestar en la relación se afianzan ante su incapacidad para discutir de forma constructiva.

Hay un motivo primordial por el que la discusión puede continuar eternamente y ese es la falta de capacidad para dar el primer paso y pedir perdón o perdonar, pero de corazón. Nos cuesta pedir perdón cuando creo que la culpa no ha sido mía, si culpo al otro del agravio y no me responsabilizo de mi parte de culpa. El enfado tras la discusión y el orgullo no facilitan ese paso. A veces no somos conscientes del dolor causado o creemos que la otra parte exagera. A veces no nos han enseñado a hacerlo o denota una clara falta de compasión, arrepentimiento o empatía.

Nos cuesta perdonar cuando ha sucedido lo mismo muchas otras veces o lo que nos han dicho o hecho no estoy dispuesto a perdonarlo. Quizás no hay que perdonarlo todo. A veces perdonamos en el momento, otras es cuestión de tiempo, hay que dar tiempo para el perdón y facilitarlo con arrepentimiento e intención de enmienda.

A veces surte efecto llevar a cabo unas pautas sencillas y prácticas conducentes a la reconciliación, como por ejemplo dar un tiempo a que el enfado se pase, no ser orgulloso y no dejar que un malentendido o desacuerdo ponga en duda una relación con otras muchas cosas buenas. Enfadarte con quien quieres es normal, nos enfadamos con nuestros padres y hermanos, cómo no hacerlo con nuestra pareja. Lo importante es reconciliarse y analizar en frío qué ha pasado, en qué hemos fallado y tratar de corregirlo para que no vuelva a pasar. Ser humilde y aceptar nuestros errores, respetar el enfado del otro y darle tiempo a que esté preparado para perdonarnos y hablar de lo ocurrido.

Y si aprendemos de ello, mejorando nuestra forma de comunicarnos, expresando desacuerdos y enfados, la pareja sale reforzada y preparada para solventar mejor el próximo malentendido o desacuerdo. Si no aprendemos ni cambiamos nada, podemos dejar de sacar temas importantes por no discutir, pero que no se resuelven, sino que se acumulan hasta que salen de mala manera y/o en un mal momento, haciendo imposible negociar ni resolver nada.

También ocurre a veces, que tras muchas discusiones, sufrimiento y peleas, la pareja deja de sentirse atraída, respetada y querida, haciéndose cada vez mayor la insatisfacción y el deterioro de la pareja. Esta incapacidad de resolver conflictos o respetar y aceptar distintos puntos de vista o necesidades son caldo de cultivo para la infidelidad y la separación. Si no hay perdón la crisis no se supera.

De una entrevista a T. Vaquero Romero
Psicóloga, especialista en pareja

miércoles, 21 de abril de 2010

ACTITUDES ERRONEAS EN LAS RELACIONES HUMANAS

Estamos inmersos en un mundo en el que las relaciones humanas se han convertido en una fuente de verdaderos conflictos. Sé que la tendencia es la de llegar al equilibrio para intentar ser todo lo feliz que uno quisiera o debería, pero, hoy por hoy, las relaciones con el otro nos están llevando a sumirnos en un mar de tempestades del que nos es difícil, muy difícil salir.

Cada vez con más asiduidad intentamos leer libros de autoayuda, acudir a especialistas que nos acompañen en esos momentos de incertidumbre vital para que nos orienten sobre qué hacer para estabilizar nuestra vida y sin embargo no sentimos que en nosotros se produzca el milagro del cambio, de la reestructuración o de la llegada de ese bienestar interno que todos deseamos y esperamos. Y es que el problema está en nuestro interior, en nuestros pensamientos y en la idea que de todo nos hacemos a través de nuestra escala particular de valores con la que juzgamos todo, haciendo que nuestra idea que tenemos de las cosas sea el axioma y nuestras gafas particulares con las que vemos todo como tiene que ser.

Manejamos valores absolutos que nos impiden llegar a términos medios. Nuestro “yo idea” ha anidado en la base estructural de nuestra forma de ser y nos hace un flaco favor a la hora de conformar la urdimbre básica para establecer la vida emocional adecuada con uno mismo y con los demás. ¡Y que difícil es salir de esto si no consigo, en primera instancia, concienciarme de este concepto desde “las tripas”!

Creo que se ve claro que la primera premisa es querer hacerlo, concienciación y verme en este estado, y observarme, y analizarme, que aunque parezca estar parado no es así porque lo que estoy haciendo es verme y reconocerme en esta situación en la que me encuentro. Es decir, situarme en el mismo problema para observar, “simplemente” observar para ver qué está sucediendo, porque los profesionales, psicólogos y terapeutas, nos pueden ayudar a ver, pero no pueden ver por nosotros mismos.

La mayoría de los problemas que subyacen en el ser humano actual, hemos observado que están en los conceptos de DEPENDENCIA E INDEPENDENCIA.

Nuestra vida natural está basada en la independencia, pero nos hemos metido en tal círculo vicioso que dependemos de los demás para ser lo que necesitamos ser porque la dependencia nos parece algo muy inocuo e inocente, pero en realidad es el principal enemigo de la felicidad, de la plenitud y de la posibilidad de realizarse. Esto es así hasta tal punto que una de las actitudes erróneas es esperar la aceptación del otro como base para sentirme yo bien o, incluso, crear mi propia necesidad para existir en cuanto que le uso para afianzar mi personalidad y poder afianzarme a la vida emocional y psicológica.
Hasta hay canciones que todos conocemos que expresan la idea de que “…yo sin ti no soy nada.”

Estos mensajes condicionan nuestra vida mental sana y por ende nuestros pensamientos que en definitiva son los que nos hacen actuar de una manera o de otra.
Tal vez lo que nos precipita a los errores en nuestras relaciones sean las ideas preconcebidas, lo que yo creo sin vuelta de hoja que debe ser que me condiciona a no abrirme a nuevos contextos que varíen las situaciones finales.

Esa idea preconcebida que antes mencionábamos nos lleva a juzgar a la persona por cómo creo yo que debe ser; es decir, la comparo con la idea que yo tengo de ella y como no responde a la imagen que yo creo, a mi idea, no es correcto. Juzgo a la persona con mi modelo y no con el suyo propio.

Sé que todo esto cuesta bastante de digerir pero si se abre la mente y analizamos estas cuestiones nos damos cuenta de la realidad que describe y cómo nos muestra a nosotros mismos en nuestras relaciones con conflictos.

Todas las experiencias nos llevan a expresar que las relaciones interpersonales e incluso las de uno consigo mismo no son estáticas, sino dinámicas, sin embargo nos empeñamos constantemente en otorgarles la primera cualidad, lo que nos lleva a tener una idea fija sobre el otro, a hacerle un cliché y este error nos lleva asimismo a tratar no con la persona, sino con la idea fija e inamovible que tengo de ella y además, en el fondo, mi error de actitud para una sana relación hace que no me interese por la otra persona, sino por lo que pueda darme en todos los aspectos. Siempre la evalúo por lo que me da o no me da.

En definitiva, anclarnos en nuestra única escala de valores válida nos lleva a conflictos, desilusiones, situaciones de oposición innegociable, rupturas, haciendo que no veamos que lo que equilibra es aprender a vivir con las diferentes individualidades en las relaciones humanas. Por otro lado, cuando se da de verdad, se recibe, siempre que se haga sin estrategias preconcebidas que disminuyen el dejar ser en el otro.

Sin ánimo de mezclar cosas, mi propia dependencia, mi ausencia de independencia, me sumerge en que valore más lo que yo creo de alguien, lo que yo necesito que ese alguien sea para mí, que su propia identidad y por tanto, cuando intentamos arrebatar la identidad a alguien surgen los conflictos que estamos viviendo actualmente. Lo sano, y si lo experimenta alguna vez lo conoce, es no depender emocionalmente y la consecución de este objetivo nos otorga el poder vivir nuestra propia vida para no vivir creyendo que se necesita al otro para respirar. Yo soy yo por mí mismo.

Wayne Dyer dice que la clave de una vida eficiente reside en la independencia. Igualmente, la clave de un buen matrimonio reside en el mínimo de fusión y el máximo de autonomía y autodependencia. Y aunque sientas verdadero temor a romper tus relaciones dependientes, seguro que si les preguntas lo que piensan a las mismas personas con las que mantienes estas relaciones de dependencia emocional, descubrirás, con gran sorpresa, que ellos admiran más a quienes piensan y actúan por sí mismos. Otra ironía. Quienes más te respetarán por ser independiente serán los mismos que con más fuerza trataron de mantenerte subordinado.

Lo que está claro es que todo lo comentado no está reñido con sentir amor, con llevarse bien en pareja, con amigos, con conocidos, todo lo contrario, precisamente lo fomenta. Estamos abogando precisamente por amar y amarse primero uno mismo.
Esto es así y el que lo quiera experimentar que trabaje en ello y si no resulta de esta manera es que siempre es más fácil coger las riendas de la vida de los demás que las de uno mismo. ¡Que vida!


Juan José López Nicolás.

miércoles, 11 de julio de 2007

AREAS DE CONFLICTO EN LA PAREJA


odos estamos convencidos de que la convivencia no es nada fácil y que muchas parejas y matrimonios llegan a un punto en el que se sienten insatisfechos, pero lo curioso del caso es que lo que más acumula malestar individual, desasosiego y ansiedad, hasta el extremo de poder llegar a una situación de no retorno, es, a veces, el no saber precisar exactamente el motivo real de esa insatisfacción.


Nuestra experiencia en Orientación Familiar nos ha enseñado que es del todo necesario (no se hacen ustedes una idea de hasta qué punto) saber identificar los problemas; tal vez, igual de importante es, para poder abordar las posibles soluciones, conocer el origen, dónde está el punto de ruptura en los desacuerdos que provocan que las situaciones que cotidianamente se viven en la pareja, comiencen a llenarse de conflictos no abordados (que luego se cronifican). Por lo tanto se hace necesario trabajar con la Orientación y la Terapia lo que podríamos llamar “áreas problemáticas”.


Creo que todos seríamos capaces, si pensamos y rememoramos nuestras experiencias, de confeccionar una lista de las áreas que se crean al decidirse a convivir en pareja o formar una familia, un hogar, con o sin hijos (aunque no hayan hijos en común no deja de ser un hogar y se puede ver afectado por las mismas áreas que un hogar con hijos)


Las áreas de conflicto que más aparecen, implícita o explícitamente, en las parejas que acuden a consulta, son las siguientes:


Filosofía de vida (diferentes escalas de valores)


Demostraciones de cariño, afecto.


Comunicación


Relaciones sexuales


Educación de los hijos.


Tiempo de ocio


Amistades


Relaciones con los respectivos sistemas familiares de origen de cada uno



Cada miembro de la pareja, como individuo, como ser independiente al otro, suele tener unas expectativas distintas de cada una de las áreas. Lo importante es la puesta en común de esas diferencias, la negociación y los acuerdos; el acercamiento de posturas para llegar a los puntos de unión más cercanos donde poder vivir de una manera sosegada, “tranquila” y feliz, con sueños y con el desarrollo cotidiano de las manifestaciones de cariño y amor que, en teoría, se expresan, ya que por este motivo decidieron unirse. El error, tal vez, se diera en un principio cuando no se planificó un proyecto de vida en común de forma reflexiva. Así que si los acontecimientos van afectando de forma negativa (y no se hablan) porque cada uno lo valora de distinta forma (distintas expectativas), se verán afectadas igualmente nuestras acciones y reacciones.


Algunos estilos educativos pueden resultar muy distorsionantes si tenemos en cuenta que la formación recibida contribuye decisivamente a formar las expectativas de cada uno, pudiendo interferir en un futuro en la manera que afrontamos la realidad e influyendo también en nuestro comportamiento


“Cada uno es de su padre y de su madre”. Esta es una frase que se dice mucho por aquí y significa que cada uno es distinto, es a su manera, es único y no como yo. Es él. Es ella.


En algunas sesiones nos hemos encontrado personas que su educación ha sido sobreprotectora y dependiente. Otros creen que han de ser bondadosos y sumisos y supeditar sus deseos por debajo de los del otro. También hay quienes desean manejar y orientar la relación en todas sus facetas, justificando su autoritarismo (aunque a veces no son conscientes de ello) basándose en que están convencidos de que su pareja es débil e incapaz de asumir determinados asuntos y responsabilidades. Todo esto son ideas erróneas, creencias que conducen los comportamientos a una mala situación emocional.


No puedo dejar de insistir en lo de las creencias irracionales que desvirtúan el pensamiento y las acciones que se desprenden de él. Uno mismo sobre sí o sobre la relación puede llegar a tener también ideas que no son nada positivas a la larga. Ideas como que uno debe ser el compañero ideal; o nunca puedo fallar a los deberes conyugales; o sería horrible decepcionar a mi pareja; o mis intereses y necesidades, porque la quiero, deben estar subordinados a los suyos.


Esto no es ajustarse a la realidad, ya que si observamos estos pensamientos llevan una sobrecarga de idealización y desorbitan la situación, generando una gran dependencia. Pero sí que hay ideas alternativas que podemos intentar introducir sustituyendo las anteriores (no es nada fácil, pero sí necesario) Ideas que te permitan ser humano con posibilidad de errar, de equivocarte y respetar y ser respetado:


Los deberes conyugales no deben estar por encima de todas mis necesidades y preocupaciones


Si mi pareja se siente decepcionada intentaré averiguar los motivos y dialogaremos acerca de qué es lo que podría cambiar en mi conducta y en mi actitud.


A la vez intentaré que conozca y comprenda mis intereses y necesidades principales


Debo intentar ser un buen compañero/a de mi pareja, respetando su manera de ser y analizando las actitudes que puedan desencadenar interrupciones emocionales positivas en nuestra relación. Es mi responsabilidad. Es nuestra responsabilidad.



Nuestro pensamiento es el que nos ayuda, el que nos hace tomar buenas o malas decisiones. No es bueno iniciar nuestras ideas, nuestros diálogos internos para prepararnos con algo parecido a: “si realmente me quiere ha de adivinar lo que quiero y necesito”; “si no se da cuenta de lo que me ocurre es que no le importo en absoluto.”


Estos autoargumentos implican errores. Por ejemplo, la segunda frase: “si no se da cuenta de lo que me ocurre...”; este pensamiento nos suele llevar a situaciones extremas. No hay posibilidad de tonalidades de grises, o sea, es blanco o negro. Todo o nada. Tal vez la solución pasaría por explicar lo que ocurre sin llegar a entrar en el juego de tener que adivinar determinadas cuestiones. Luchar con sentido común por la relación no implica la destrucción de alguno de los miembros de la pareja.


¡Vamos!, ahora os toca a vosotros reflexionar sobre estos aspectos. Lo mismo os sentís identificados en algo de lo que aquí se expone. Nada es para sentirse culpable, sino para ver qué nos puede tocar y qué no. En una ruptura casi siempre hay dos responsables aunque, también a veces, uno de ellos no acepta, no admite su responsabilidad. Intentadlo y acudid, si no podéis solos, a terapia o a Orientación para que os ayuden a abrir la mente y a haceros reflejar en vosotros mismos esas ideas, que si las verbalizais y con perspectiva suficiente, es posible que alguien se dé cuenta que le merece la pena conservar la pareja, si nace y se mantiene en el Amor reflexivo.