Todos nos hemos enfadado en
alguna ocasión, o muchas y hemos decidido dejar de hablar con esa persona; la
tenemos que castigar y la mejor manera es no hablarle, manifestar nuestro pesar
o enojo con ese silencio que taladra e incomoda a ver quién puede más. ¿De
verdad es eficaz este método para aclarar las situaciones o lograr que la otra
persona cambie su actitud o sea consciente de ella?
“…si
en lugar de abordar el tema directamente lo que se hace es dejar de hablar al
otro, lo único que se logra es introducir una tensión adicional. A la disputa
no resuelta se suma un limbo que puede llegar a ser una verdadera incubadora de
veneno.” (Edith
Sánchez, escritora y periodista)
Sigo insistiendo, el objetivo
de nuestro silencio es el castigo, que el otro entienda que hay un reproche en
nuestra actitud, en esa ausencia total de palabras y no sólo esto, sino que el
reproche va a ir tan lejos como pueda, hasta a no tratar con la misma justicia
que a los demás, ya que en ocasiones y más de las que uno pueda suponer, tras
la fachada de una normalidad en las conductas, que si se analizan se ven
agravios comparativos, se esconden razones para “castigar” por algo que tal vez
el otro ni siquiera sepa.
Sócrates dijo: “habla para que
yo te conozca.” Menuda frase sencilla, pero entraña un mensaje que pocas veces
llevamos a cabo. Más bien todo lo contrario, ya que parece que no se tiene
interés en resolver el conflicto mediante el diálogo y lo que se persigue es
que a través de ese doloroso silencio de palabras, actitudes y ninguneo, alguien
pretende que el otro se doblegue y comulgue con un punto de vista que, como es
común, nunca se ha comunicado. Finalmente, como sigue diciendo E. Sánchez, se trata de una actitud infantil y lo peor
es que no resuelve nada. Eso sí, proporciona una gratificación egoísta.
En el Blog La mente es
Maravillosa, podemos leer lo siguiente:
Las
razones para castigar con el silencio
Hay todo tipo de argumentos para defender
la idea de que dejar de hablar a alguien es válido. En el fondo, lo que se busca es castigo.
Que entienda que hay un reproche en esa ausencia de palabras. Pero, ¿por qué no
decirlo, sino tramitarlo a través del silencio? Estas son las principales
razones que esgrimen aquellos que optan por esta medida:
- Es
mejor dejar de hablar a una persona que participar de una discusión en la
que se intercambien insultos.
- Esa
persona no me escucha. Por más que le pido que cambie, no me hace
caso. Entonces, es mejor no decir nada porque, ¿para qué?
- Tiene
que disculparse conmigo por lo que me hizo (o me dijo, o no hizo, o
no dijo). Hasta que no lo haga, voy a dejar de hablar (o de actuar con
justicia, con cariño como con los demás)
- Para
qué hablar si siempre llegamos al mismo punto. Mejor dejar de hablar para
ver si entiende que no voy a ceder.
En
todos los casos se afirma que el silencio es la mejor opción para tramitar el
conflicto. Por una razón u otra, la palabra se ha mostrado ineficaz. Se acude
entonces a la decisión de dejar de
hablar a alguien para que esto sea asumido como un castigo y, en consecuencia,
el otro reconsidere su actitud.
Un
silencio puede tener multitud de significados. Algunos de ellos son realmente
violentos. Dejar de hablar a alguien es asumir una actitud
pasivo-agresiva. Esto quiere decir que se está violentando al otro,
pero de manera implícita. La mayoría de las veces este tipo de actitudes son
tanto o más nocivas que la agresión directa, y lo son porque el silencio se
convierte en un vacío que es susceptible de cualquier tipo de interpretación.
Para
quien deja de hablar a alguien hay razones claras. También hay una expectativa
clara frente a lo que esta situación debe traer como desenlace. Pero, a quienes
acuden a estos recursos habría que preguntarles: ¿estás seguro de que el otro comprende realmente el significado de tu
silencio?
¿Jurarías
que la mejor manera de lograr que cambie, o haga lo que tú quieres que haga, es
atacándolo con la falta de diálogo?
El
silencio alarga distancias. Y la
distancia no suele ser un buen aliado para la comprensión o para restaurar
lazos rotos o dañados. Por el contrario, contribuye a ahondar las
diferencias.
Es cierto que a veces es mejor
callar. Cuando estamos muy exaltados,
por ejemplo. La ira hace que
exageremos y nos preocupemos más por herir al otro que por expresar realmente
lo que pensamos o sentimos. En
cambio, dejar de hablar para castigar o propiciar que otra persona “se rinda”
como hemos dicho es raro que traiga buenos resultados.
¡Cuánto bueno sería que
leyéramos esto con el mejor ánimo para enmendar o paliar las situaciones en las
que nos veamos o nos podamos ver! ¿No creéis?
Idea, comentarios y datos del
blog https://lamenteesmaravillosa.com