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jueves, 22 de marzo de 2018

Dejar de hablar

    Todos nos hemos enfadado en alguna ocasión, o muchas y hemos decidido dejar de hablar con esa persona; la tenemos que castigar y la mejor manera es no hablarle, manifestar nuestro pesar o enojo con ese silencio que taladra e incomoda a ver quién puede más. ¿De verdad es eficaz este método para aclarar las situaciones o lograr que la otra persona cambie su actitud o sea consciente de ella?

“…si en lugar de abordar el tema directamente lo que se hace es dejar de hablar al otro, lo único que se logra es introducir una tensión adicional. A la disputa no resuelta se suma un limbo que puede llegar a ser una verdadera incubadora de veneno.” (Edith Sánchez, escritora y periodista)

Sigo insistiendo, el objetivo de nuestro silencio es el castigo, que el otro entienda que hay un reproche en nuestra actitud, en esa ausencia total de palabras y no sólo esto, sino que el reproche va a ir tan lejos como pueda, hasta a no tratar con la misma justicia que a los demás, ya que en ocasiones y más de las que uno pueda suponer, tras la fachada de una normalidad en las conductas, que si se analizan se ven agravios comparativos, se esconden razones para “castigar” por algo que tal vez el otro ni siquiera sepa.

Sócrates dijo: “habla para que yo te conozca.” Menuda frase sencilla, pero entraña un mensaje que pocas veces llevamos a cabo. Más bien todo lo contrario, ya que parece que no se tiene interés en resolver el conflicto mediante el diálogo y lo que se persigue es que a través de ese doloroso silencio de palabras, actitudes y ninguneo, alguien pretende que el otro se doblegue y comulgue con un punto de vista que, como es común, nunca se ha comunicado. Finalmente, como sigue diciendo E. Sánchez, se trata de una actitud infantil y lo peor es que no resuelve nada. Eso sí, proporciona una gratificación egoísta.

En el Blog La mente es Maravillosa, podemos leer lo siguiente:

Las razones para castigar con el silencio

Hay todo tipo de argumentos para defender la idea de que dejar de hablar a alguien es válido. En el fondo, lo que se busca es castigo. Que entienda que hay un reproche en esa ausencia de palabras. Pero, ¿por qué no decirlo, sino tramitarlo a través del silencio? Estas son las principales razones que esgrimen aquellos que optan por esta medida:
  • Es mejor dejar de hablar a una persona que participar de una discusión en la que se intercambien insultos.
  • Esa persona no me escucha. Por más que le pido que cambie, no me hace caso. Entonces, es mejor no decir nada porque, ¿para qué?
  • Tiene que disculparse conmigo por lo que me hizo (o me dijo, o no hizo, o no dijo). Hasta que no lo haga, voy a dejar de hablar (o de actuar con justicia, con cariño como con los demás)
  • Para qué hablar si siempre llegamos al mismo punto. Mejor dejar de hablar para ver si entiende que no voy a ceder.
En todos los casos se afirma que el silencio es la mejor opción para tramitar el conflicto. Por una razón u otra, la palabra se ha mostrado ineficaz. Se acude entonces a la decisión de dejar de hablar a alguien para que esto sea asumido como un castigo y, en consecuencia, el otro reconsidere su actitud.

Un silencio puede tener multitud de significados. Algunos de ellos son realmente violentos. Dejar de hablar a alguien es asumir una actitud pasivo-agresiva. Esto quiere decir que se está violentando al otro, pero de manera implícita. La mayoría de las veces este tipo de actitudes son tanto o más nocivas que la agresión directa, y lo son porque el silencio se convierte en un vacío que es susceptible de cualquier tipo de interpretación.
Para quien deja de hablar a alguien hay razones claras. También hay una expectativa clara frente a lo que esta situación debe traer como desenlace. Pero, a quienes acuden a estos recursos habría que preguntarles: ¿estás seguro de que el otro comprende realmente el significado de tu silencio? 

¿Jurarías que la mejor manera de lograr que cambie, o haga lo que tú quieres que haga, es atacándolo con la falta de diálogo?

El silencio alarga distancias. Y la distancia no suele ser un buen aliado para la comprensión o para restaurar lazos rotos o dañados. Por el contrario, contribuye a ahondar las diferencias.

Es cierto que a veces es mejor callar. Cuando estamos muy exaltados, por ejemplo. La ira hace que exageremos y nos preocupemos más por herir al otro que por expresar realmente lo que pensamos o sentimos. En cambio, dejar de hablar para castigar o propiciar que otra persona “se rinda” como hemos dicho es raro que traiga buenos resultados.

¡Cuánto bueno sería que leyéramos esto con el mejor ánimo para enmendar o paliar las situaciones en las que nos veamos o nos podamos ver! ¿No creéis?


Idea, comentarios y datos del blog https://lamenteesmaravillosa.com

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