así somos

Bienvenidos, espero que disfrutéis con la utilidad de este blog.

viernes, 16 de octubre de 2009

PASOS PARA EL CAMBIO

Sigo pensando que el CAMBIO es el único modo de poder llevar a cabo la estructura de nuestra vida y que para ello tenemos que ser conscientes de su necesidad. Nada acontece sin que haya cambios y cuando un problema se presenta, aquí y ahora, hemos de actuar con la necesaria celeridad, inteligencia y sentido de la supervivencia para adoptar y adaptar las soluciones más positivas al hecho que acontece.
Os dejo a continuación con un árticulo, gentileza de Fabiana Porracin, Psicóloga y Antropóloga argentina. Analizadlo y estudiadlo con la suficiente exactitud para aprehender los más sutiles mensajes del hecho del cambio y los problemas que se nos presentan.

Muchas veces se escucha en el consultorio comentarios como estos:. “…no sé si voy a poder cambiar...” o “cómo voy a hacer para cambiar...” Por ellos es que surgió la necesidad de escribir este artículo, que de una manera sencilla y coloquial explica algunos de los pasos, de los momentos que se enfrentan en el proceso de cambiar:
· El cambio da miedo, por la incertidumbre que produce lo desconocido. Lo conocido da seguridades: lo seguro de lo conocido, que no es poco. Este miedo no es patrimonio individual, dichos populares expresan: “más vale malo por conocido que bueno por conocer”, “más vale pájaro en mano que cien volando”. Pero quedarse con lo conocido hace perder mucho. Hipoteca la vida, si no es más bien una muerte en vida. Arriesgarse a cambiar, a transitar hacia lo desconocido implica costos: “el que quiere celeste que le cueste.”
· El proceso del cambio es similar a aprender a andar en bicicleta: antes de empezar uno tiene dudas, no sabe que va a poder hacerlo, ni cómo lo va a lograr. Se enfrenta al desafío de lograrlo, se equivoca, sea cae, y, sin saber cómo, aprende para siempre a andar...
· Se comienza el proceso terapéutico con aspectos similares a los de una moneda, que presenta dos caras: hay un aspecto que quiere cambiar y otro que no, por supuesto que es éste último el que genera los “boicots” al cambio.
· En el consultorio se observa reiteradamente cómo la maleta de viaje de expectativas, esperas, deseos, necesidades de los padres abren prospectivamente caminos de vida invisibles. Cuando esas expectativas, esperas, deseos, necesidades paternas no son constructivas propulsan a caminos de vida coartados, oscuros, cerrados, detenidos en el único movimiento de más de lo mismo. Revisar esas expectativas, esperas, deseos, necesidades paternas permite reconocer ciertos por qué del aquí y ahora, para modificar y enfrentarse a las reales expectativas, esperas, deseos, necesidades propias.

· Suele producirse primero el reconocimiento intelectual de aquello que se desea modificar. Luego dicha intelectualización o racionalización empieza a “vivenciarse internamente” como necesidad afectiva de cambiar eso que se pensó, comienza a hacerse más visceralmente profunda, emocionalmente propia, para luego pasar a la transformación conductual. Posteriormente en hechos concretos surge, se actúa, se concreta lo que originariamente se racionalizó.

· En todo proceso de cambio hay altibajos, similares al ascenso a una montaña: para seguir, se baja, pero nunca tanto como al inicio. La diferencia es que nunca se llega a una cima, a un final, se trata de un continuo andar...

· Es natural volver a “repetirse a uno mismo”, encontrarse haciendo de nuevo lo mismo ante situaciones nuevas, se saca del “arcón” propio las formas por las que se aprendió a hacer las cosas, a enfrentarlas, a resolverlas. Para ello es necesario conocer estas características para rectificar. Y avanzar así en el encuentro del propio actuar, consonante con el deseo de uno, no con el deseo de otro.

· Uno nace, se hace, y se modifica. Uno nace con determinadas características personales, otras se van haciendo, adquiriendo y modelando a lo largo del proceso de crecimiento. Algunas características se modelan de acuerdo a deseos, esperas, expectativas, necesidades, mandatos de personas significativas, que determinan con su impronta. Estos pueden entrar en conflicto con las características más propias cuando hay mucha discrepancia entre lo de uno y lo de ese otro. Este proceso puede ser muy complejo. En las familias altamente patológicas se produce un desdibujamiento nocivo -cuantitativa y cualitativamente- de ese que verdaderamente se es. El proceso del cambio conlleva el conocimiento y reconocimiento de cuáles son las verdaderas características propias, y cuáles son las que se terminó aceptando, imitando, asimilando, incorporando identificatoriamente. El encuentro con el sí mismo se da en el interjuego de ambos descubrimientos, hasta llegar a niveles de mayor coherencia intelectual-afectivo-conductual con lo que uno es, con quien uno es.

· Cambiar implica necesariamente reconocer “lugares”, roles, formas de ser querido, formas de reaccionar, estilos de resolver problemas, de satisfacer deseos propios que se ha ido ocupando, resultado en parte de la vulnerabilidad del niño a necesariamente tener que tomar lo que “ofrecen” sus mayores. Es necesario conocer esas formas, lugares, roles que uno ocupó y que se repiten, para poder transformar.

· Es recurrentemente observable en la práctica clínica que la cara de la moneda del no cambio es tributaria de identificaciones con modelos de hacer, de vivir paternos. Esta cara de la moneda -con el modelado particular que le imprime cada uno- tiene también el sello de lo que se repite familiarmente, incluso en varias generaciones, de la cultura e idiosincrasia familiar, de estilos de vida y modos de hacer, de formas de reaccionar y afrontar, de capacidades de lucha y actitudes para la defensa propia, de formas de propiciar el autocuidado y cuidado del otro, y mucho más... Y ahí se está, en las puertas de elegir o no el estilo de vida personal.

· Cambiar implica riegos: los de enfrentarse con las cosas desconocidas, incluso oscuras de uno: ambiguas, inciertas, ambivalentes, contradictorias, complejas. Y los del cambio que uno empieza a generar alrededor. En ese proceso se pueden perder, se suelen perder relaciones. Pero se abren las puertas hacia otras...

· El cambio produce cierto efecto dominó. Se van cambiando ciertas características y se producen modificaciones internas nuevas, y alrededor.

· Se produce de repente como en saltos. Se anda, se anda, se anda, pareciendo a veces que no se anduviera. Hasta que, sin que uno lo sepa -como en la bicicleta- transformó muchas cosas...

· Se pueden producir “latencias”, como las del “desensillar hasta que aclare”, es que “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”, y el andar tiene sus ritmos y procesos internos.

· El terapeuta -en este proceso- es como un remero que te ayuda a que lleves tu barco a tu propia orilla, cuando hay momentos en los que no sabes cómo hacer. Es como una llave que buscaste para que actives internamente, para que te abras y abras las puertas de lo que eres, de quien eres y de lo que quieres ser y hacer.
· Porque a veces no se sabe cómo hacerlo, ni se puede hacer...


Lic. Fabiana Porracin
Psicóloga (UBA) – Antropóloga (UBA)

miércoles, 19 de agosto de 2009

REFLEXION SOBRE LAS CARICIAS POSITIVAS

"Un pescador dominguero estaba mirando por la borda de su barca, y vio una serpiente que llevaba una rana entre los dientes. Al pescador le dio pena la rana y alargó la mano, libró a la rana de las mandíbulas de la serpiente sin hacerle daño a ésta, y dejó a la rana en libertad. Pero entonces le dio lástima la serpiente, que también tendría hambre, y como no llevaba nada de comer, sacó una botella de aguardiente y derramó unas gotas en la boca de la serpiente. Ésta se largó muy satisfecha, la rana también estaba contenta y el hombre quedó muy satisfecho de sus buenas acciones. Pero al rato, cuando más tranquilo estaba, oyó golpes en el costado de su barca y se asomó otra vez a mirar, y cuál no sería su asombro al ver que era la misma serpiente... con dos ranas entre los dientes."

miércoles, 15 de abril de 2009

MEJORES ACTITUDES PARA UN MEJOR DESARROLLO

Todos, en algún momento de nuestra vida, tenemos la necesidad de trabajar en nuestro desarrollo, y por lo general deseamos resultados inmediatos cuando en realidad se requiere esfuerzo y compromiso personal de largo plazo antes de cosechar beneficios.

Esta diferencia entre nuestras expectativas y lo que realmente logramos, despierta en nosotros una serie de respuestas-actitudes que van desde la indiferencia, hasta la frustración. Por ello, resulta evidente que las actitudes elegidas ante nuestro propio desarrollo pueden alentar o inhibir su avance. De ahí la importancia de desarrollar conciencia para detectarlas y encauzarlas.

Las actitudes reflejan cómo se siente uno acerca de algo: son enunciados o juicios de evaluación respecto de personas, eventos u objetos determinados. Por ello, cuando Pedro dice “José tiene algo que me desagrada”, está evidenciando una actitud. Veamos por separado sus componentes:
Cognoscitivo: Segmento de opinión o de creencia detrás de una actitud. Pedro cree que la crítica a otras personas es válida cuando está bien argumentada. Afectivo: Segmento emocional o sentimental de la actitud. Pedro siente que José no le cae bien porque discrimina a cierto tipo de personas. Comportamental: Intención de comportarse de cierta manera hacia alguien o hacia algo. Pedro evita a José debido a lo que expresa de sus compañeros.
¿Podemos cambiar actitudes desfavorables? ¡A veces! Depende de quiénes somos, la fuerza de nuestra actitud, la magnitud del cambio requerido y la técnica que seleccionemos para tratar de cambiar la actitud.
Las personas responden más a los esfuerzos de cambio impulsados por alguien que les simpatiza, que tiene credibilidad y convence. Además, una actitud de cambio exitosa se magnifica cuando en torno a ella presentamos argumentos en forma clara y persuasiva. Las actitudes que se expresan en público son más difíciles de cambiar, ya que se requiere que la persona admita que ha cometido un error, lo cual en ocasiones va contra su autoimagen. Por otro lado, es más fácil modificar actitudes cuando el cambio que demandan no es muy significativo. Por ejemplo: Es más fácil hacernos puntuales en nuestras citas de trabajo, que organizarnos en todas las esferas y asuntos de nuestra vida. Es más probable que la gente acepte el cambio cuando puede experimentarlo. Establecer sesiones de entrenamiento donde la gente pueda personalizar y compartir experiencias, al mismo tiempo que se practican nuevos comportamientos, puede ser un poderoso estimulante del cambio.
Los cambios en los comportamientos pueden llevar a cambios en las actitudes y viceversa.

Inteligencia Emocional: Motor que impulsa actitudes para nuestro desarrollo.

En los últimos años, afortunadamente, han surgido modelos y enfoques prácticos para identificar, ajustar y mejorar actitudes que limitan el desarrollo personal, interpersonal y grupal. Uno de las que podemos emplear para este fin es el modelo de Inteligencia Emocional de Daniel Goleman. Goleman define inteligencia emocional como: la capacidad de motivarse y persistir frente a las decepciones; controlar el impulso y demorar la gratificación; regular el humor y evitar que los trastornos disminuyan la capacidad de pensar; mostrar empatía y abrigar esperanzas. Por otro lado, nos invita a evitar cualquiera de las cuatro actitudes paralizadoras: culpa, preocupación, temor al fracaso, y enojo, ya que pueden detener o limitar nuestro proyecto de desarrollo. Las personas de cociente emocional alto se comprometen con sus causas. Además, no se dejan llevar por el medio ambiente, ni hacen depender su motivación de la que proviene de otras personas. Autogeneran su propia energía con actitudes positivas y buenos hábitos de vida y psicológicos.
En conclusión, el desarrollo personal es un proyecto de vida y vital. Conlleva la aplicación de nuestra energía mental concentrada, la autogestión en términos de crear y desarrollar actitudes positivas y constructivas hacia nosotros mismos, el diseño de patrones de interacción adecuados para nuestra superación en tiempo, forma y calidad, así como la activación de la motivación apropiada.

(Autor: Patricio Pimentel, profesor de IDESAA desde 1995 y consultor en el área de aprendizaje organizacional, procesos humano-sociales, calidad y competitividad. El artículo apareció publicado en el boletín No. 60 de Forma en diciembre de 2003.
Derechos reservados IDESAA. Se autoriza la reproducción de este artículo, mencionando la fuente y su autor.)

viernes, 27 de marzo de 2009

CÓMO NACE UN PARADIGMA

Me han enviado un powerpoint muy interesante para reflexionar sobre el cómo y el por qué seguimos muchas veces las pautas de un comportamiento o actitud sin un análisis crítico de la situación. Sé que las costumbres hacen leyes, pero sería interesante y hasta apropiado que si hay situaciones que no soportamos y nos inquietan, nos preguntáramos y analizáramos las consecuencias de ese comportamiento que se perpetúa en el tiempo y que no está haciendo ningún bien.

No estamos precisamente en una época en la que nos dediquemos mucho a pensar sobre nosotros mismos y a ser críticos con nuestras actitudes basadas en la costumbre, en nuestras creencias dadas a lo largo del tiempo, sin haber analizado por lo menos los frutos deseables o indeseables que esos hechos de nuestra conducta nos acarrean. Hemos aceptado todo como esquemas formales y como guía perfecta de la conducta a seguir sin plantearnos la posibilidad de cambiar lo que no nos lleva a mantener el equilibrio que cada uno necesitamos.

Reflexionemos pues con este powerpoint que creo muy gráfico.

Cómo nace un "paradigma"

miércoles, 11 de marzo de 2009

LA ACTITUD DEL ENFADO PERMANENTE

En diversos artículos de este blog, hemos mencionado la serie de mensajes inadecuados que nosotros, los padres, damos a nuestros hijos de forma inconsciente, provocando la desorientación en ellos. Pero nunca referenciamos el hecho de que nuestro propio “enfado” puede ser un arma de doble filo para conseguir o no nuestros objetivos en las relaciones tanto con nuestros hijos como con nuestra pareja.

En los últimos casos de Orientación Familiar que han acudido a nosotros, hemos observado que la relación familiar estaba sumida constantemente en un estado de “enfado crónico” que por sí mismo llevaba a todo el sistema familiar a un estado de nerviosismo que desembocaba en un tipo de transacción claramente disfuncional.

Os expongo a continuación una reflexión a través de un artículo que nos ofrece, como siempre, con muchísimo acierto, en la sección de Orientación Familiar, el Instituto de Formación y Recursos en Red para el Profesorado (ISFTIC)

“Suele ocurrir que los padres que recurren con frecuencia al enfado hacen propósitos para no llegar a él y aguantan una situación problemática pero no logran su objetivo y terminan por caer en lo más fácil y casi lo único que saben hacer que es aplicar la fuerza, gritar, las malas maneras, etc. Esto supone una frustración más porque han caído como siempre en la misma situación y les crea malestar interno. Todo esto porque ven que si no recurren al enfado los demás no la toman en serio, los hijos no le obedecen y es una forma de autoafirmarse, adquirir autoridad ante los demás.

En lugar de distanciarse o afrontar las cuestiones y los conflictos en su etapa inicial y aguantar a que el hijo sepa reaccionar y así evitar la reprimenda, recurren a enfadarse para exigir una respuesta. El resultado es el constante enfado.

Lo peor viene cuando deben incrementar constantemente el nivel de enfado para seguir obteniendo autoridad y los resultados deseados. Esto es un peligro porque en algún momento está el límite y por otro lado también es difícil discernir en qué medida hay que enfadarse ante un problema presentado por un hijo.

Lo que ocurre es que el enfado en sí no es malo, al contrario, los hijos deben aprender a reaccionar ante un enfado y asumir el malestar que causa en el otro una situación problemática generada por ellos. En algunas ocasiones, el enfado es la única respuesta razonable ante determinadas situaciones como por ejemplo poner en peligro la integridad física de un hermano; cuando se es desconsiderado con los sentimientos de los demás; o cuando el hijo se niega a atenerse a las decisiones de la familia respecto a cuestiones importantes.

En su día se llegó a decir que era negativo enfadarse y podía herir la sensibilidad del menor. Esta idea provocó que hoy día haya muchos padres teman mostrar enfado. Esta actitud se da en situaciones en que el padre o madre está muy nervioso, “explotaría” de buena gana y no lo hace y ofrecen como respuesta al niño una sonrisa que en muchas ocasiones resulta irónica o burlona con lo que confunde aún más al niño y puede que el resultado obtenido sea más negativo todavía. Si por el contrario los padres no consiguen controlar sus instintos y llegan a mostrar su ira el “terremoto” que se produce es nefasto.

En las situaciones descritas anteriormente, el hijo va controlando su comportamiento y mide o pone a prueba el nivel de tolerancia de los padres. Los padres sensatos se reservan el enfado para cuestiones y comportamientos que realmente lo merecen.
Como en toda reacción humana, si se abusa del enfado llega a perder efectividad. Es como esa alabanza constante que hacemos hacia el hijo cuando realmente no se la merece..., en realidad, no se consigue el efecto esperado de aliviar y reforzar al niño. Con el enfado ocurre algo parecido. El enfado habitual se convierte en rutinario y deja de ser eficaz para conseguir propósitos.

Cuando los padres caen en el enfado habitual y quieren cambiar deben empezar por preguntarse en cada situación vivida si merece la pena que se enfaden. Hubo una vez alguien que nos dijo que para controlar los comportamientos irascibles de los padres es mejor contar hasta 10 antes de responder ante una situación problemática generada por un hijo. Así que ya saben, podría ser una buena forma de comenzar.
El enfado consume una gran cantidad de energía que es mejor utilizar para establecer comportamientos aceptables y evitar los conflictos y así se evita la situación de enfado.
Y es que el enfado se puede predecir. Ocurre frecuentemente que los padres sometidos a una situación en que tienen que estar largos ratos con los hijos, satisfaciendo sus necesidades, cediendo ante sus peticiones, aguantando (mirando hacia otro lado) sus discusiones... llegan a acumular resentimiento en su interior hasta que por algo trivial, sin importancia, que supone la gota que rebosa el vaso y reaccionan de forma enérgica y por tanto negativa. Y realmente lo que colma el vaso puede ser cualquier respuesta, acto, actitud del niño que no requiere un enfado tan contundente por parte de los padres. La reacción resulta desproporcionada.

Para evitar situaciones como las descritas en el párrafo anterior es necesario que los padres se planteen desde el principio expresar sus sentimientos en cuanto empiezan a observar que las cosas no salen como ellos esperan. De esta forma están evitando llenar innecesariamente el vaso de frustraciones y por tanto previenen la explosión desproporcionada en la que, por norma general, se pierden los papeles y no se sabe lo que se dice. Ni que decir tiene que el malestar posterior que se genera en el adulto le llena de congoja y remordimiento que se transmite sin querer a todos los miembros de la familia.

Hay que tener cuidado con los mensajes que transmitimos a los niños en un estado de cólera y enfado grave. Estos malos tratos verbales llegar a crear sentimientos duraderos y profundamente enraizados de inseguridad y falta de confianza en uno mismo, e incluso de odio contra uno mismo y autodesprecio por pensar que son ellos mismos los culpables de haber generado la situación que ha llevado al enfado irascible del adulto. Los padres deben plantear los límites a sus enfados. Esto es posible. Ya hemos afirmado que es adecuado que un padre muestre su enfado pero hay una serie de reglas que hay que conocer y cumplir.

En primer lugar hay que saber que atacar al niño en lugar de al comportamiento es destructivo.

En casa se le ha repetido hasta la saciedad a Eva que coloque su habitación. La niña, un día más ha hecho caso omiso a la norma y la madre cansada de tanta despreocupación y desobediencia se ensaña con la niña: “eres insoportable, estoy cansada de repetirte las cosas”, “te estás malcriando porque eres una consentida”, “no vas a conseguir nada con esta actitud de desprecio a los demás”...

La consecuencia es que la niña termina llorando, dolida, la casa se llena de silencio tenso y Eva no comprende esa reacción tan desproporcionada por parte de su madre cuando encima otros días ha hecho lo mismo y la madre no le ha hablado de esa manera para terminar como en otras ocasiones que además la madre coloca la habitación lo que le supone un gasto de energía innecesario.
Realmente, la madre ha utilizado su enfado de una manera inadecuada porque ha atacado a Eva en lugar de a su comportamiento. Por eso una respuesta más eficaz y adecuada hubiera sido centrarse en la conducta y actitud en lugar de atacar a la niña: “hoy no quedas con tus amigas”, “esta situación no debe repetirse”, “puede que mañana consigas cumplir la norma”

Otra regla a tener en cuenta y que surte efecto es limitar la cantidad de tiempo utilizado para tratar un comportamiento específico.

Todas aquellas regañinas que duren más de un minuto pierden efectividad y son contraproducentes, porque los niños desconectan a partir de ese tiempo y empiezan a acumular resentimiento. Para colmo los padres no terminan con la regañina sino que siguen refunfuñando en voz alta con lo que la transmisión de malestar y enfado perdura en el tiempo casi de forma inmemorial.

En ocasiones, hemos podido escuchar a un niño comentar que no le hacía caso, por ejemplo, a su madre porque siempre estaba enfadada, y sin embargo su padre se enfada muy pocas veces por lo que cuando lo hace hay que tener mucho cuidado y además lo hace de una forma controlada, sin alzar la voz.
Por otro lado ya sabemos que los niños aprenden fundamentalmente por imitación de lo que ven en los que le rodean, los adultos, sus padres. Quiero decir que debemos tener en cuenta que el enfado de los padres genera enfado en los niños. Y si conocemos el principio de que a un enfado se reacciona con otro enfado, es preciso limitar el mismo a las cuestiones que realmente lo merecen.

Muchas investigaciones han llegado a la conclusión de que el carácter agresivo y violento que aparece en los niños y adolescentes se debe a diversas causas conocidas -la mayoría de ellas relacionadas con la familia- como son, entre otras:
Exposición a la violencia en el hogar.
Factores genéticos (hereditarios de la familia)
Exposición a la violencia en los medios de comunicación (televisión, internet, etc.)
Combinación de factores de estrés socioeconómicos de la familia (pobreza, carencia de medios, etc.)
Separación matrimonial, divorcio, desempleo, falta de apoyo por parte de la familia, etc.
De entre las causas citadas encontramos una que destaca y que tiene estrecha relación con lo que venimos describiendo en este artículo y es la exposición a la violencia en el hogar que se manifiesta a través de esas inadecuadas maneras en la familia que denunciamos desde aquí.
Por esta razón debemos defender la siguiente conclusión: no se debe reaccionar de forma enérgica ante problemas de escasa importancia. Si esta máxima no la cumplimos corremos el riesgo (según lo que venimos comentando) de que los hijos terminen siendo agresivos habitualmente en la familia y expresen esa actitud y manera de ser con sus amigos y en definitiva fuera del hogar. Esta situación evidentemente recaería sobre nuestra responsabilidad y conciencia y nos pesaría si realmente somos padres responsables.

Por último hay que decir que en este tipo de familias el enfado se convierte en la forma habitual de comunicarse. Cualquier mensaje por trivial que sea se transmite con malas maneras y no son conscientes de que existen otras formas alternativas de comunicación que seguro potencian el bienestar y las buenas relaciones. Y llama la atención en estas familias que sean educados con personas fuera del núcleo familiar y sin embargo no son capaces de comprender que también tienen una obligación con los suyos. No olvidemos que vivir en una situación constante de enfado genera mucho desgaste emocional.”

jueves, 19 de febrero de 2009

NECESIDADES BÁSICAS DE LA PERSONA ( La Pirámide de Maslow)

Se me ha consultado en múltiples ocasiones sobre qué hacer a la hora de decidir en qué área trabajar a nivel terapéutico para intentar ser felices en la vida. Mi contestación suele ser que si no tenemos cubiertas nuestras necesidades básicas es imposible pasar a otras parcelas en las cuales nos motive el insistir elaborar los procesos para cambiar nuestro pensamiento y decidir ser felices con lo que tenemos, luchando por lo que queremos conservar para obtener nuestro equilibrio particular.

Esta respuesta parece a priori un poco enrevesada, pero la voy a aclarar ofreciendo la información que ya escribió A. Maslow y que está basada en la motivación humana.

LA PIRÁMIDE DE MASLOW
El psicólogo Abraham Maslow (EUA. 1908-1970), desarrolló dentro de su Teoría de la Motivación (1943), una jerarquía de las necesidades que el ser humano busca satisfacer. Estas necesidades se representan en forma de La Pirámide de Maslow :


La interpretación de la pirámide nos proporciona la clave de su teoría: Un ser humano tiende a satisfacer sus necesidades primarias (más bajas en la pirámide), antes de buscar las de más alto nivel.
Por ejemplo, una persona no busca tener satisfechas de seguridad (por ejemplo, evitar los peligros del ambiente) si no tiene cubiertas sus necesidades fisiológicas, como comida, bebida, aire, etc.
Los escalones de la pirámide (extraído de wikipedia) son:

Necesidades fisiológicas
Las necesidades fisiológicas son satisfechas mediante comida, bebidas, sueño, refugio, aire fresco, una temperatura apropiada, etc... Si todas las necesidades humanas dejan de ser satisfechas entonces las necesidades fisiológicas se convierten en la prioridad más alta. Si se le ofrecen a un humano soluciónes para dos necesidades como la necesidad de amor y el hambre, es más probable que el humano escoja primero la segunda necesidad, (la de hambre). Como resultado todos los otros deseos y capacidades pasan a un plano secundario.

Necesidades de seguridad
Cuando las necesidades fisiológicas son satisfechas entonces el ser humano se vuelve hacia las necesidades de seguridad. La seguridad se convierte en el objetivo de principal prioridad sobre otros. Una sociedad tiende a proporcionar esta seguridad a sus miembros. Ejemplos recientes de esa pérdida de seguridad incluyen Somalia y Afganistán. A veces, la necesidad de seguridad sobrepasa a la necesidad de satisfacción fácil de las necesidades fisiológicas, como pasó por ejemplo en los residentes de Kosovo, que eligieron dejar un área insegura para buscar un área segura, contando con el riesgo de tener mayores dificultades para obtener comida. En caso de peligro agudo la seguridad pasa delante de las necesidades fisiológicas.

Necesidades de amor, Necesidades sociales
Debemos resaltar en este apartado que no se puede hacer equivalente el sexo con el amor. Aunque el amor puede expresarse a menudo sexualmente, la sexualidad puede en momentos ser considerada sólo en su base fisiológica.

Necesidades de estima, Necesidad de Ego
Esto se refiere a la valoración de uno mismo otorgada por otras personas.
Necesidades del ser, Necesidades de Autoestima
Es la necesidad instintiva de un ser humano de hacer lo máximo que pueden dar de sí sus habilidades únicas. Maslow lo describe de esta forma: "Un músico deba hacer música, un pintor, pintar, un poeta, escribir, si quiere estar en paz consigo mismo. Un hombre, (o mujer) debe ser lo que puede llegar a ser. Mientras las anteriores necesidades pueden ser completamente satisfechas, ésta necesidad es una fuerza impelente continua.

Motivación
Maslow nos ofrece varias claves en el ámbito de la motivación. Si queremos motivar a las personas que tenemos a nuestro alrededor debemos buscar que necesidades tienen satisfechas e intentar facilitar la consecución del escalón inmediatamente superior.

(Consultas en wikipedia y en www.gueb.org/motivacion/La-Piramide-de-Maslow

jueves, 5 de febrero de 2009

ESPACIOS PERSONALES EN LA PAREJA (comentario a una consulta)

La vida en pareja lleva consigo también la necesidad de espacios personales para cada uno de sus miembros. Esto significa que es conveniente y si me apuran, necesario, que cada uno tenga espacios de tiempo, de actividades, para desarrollarse como persona y aportar así elementos nuevos para poder enriquecer la relación. Pero a pesar de pensar muchos que lo antedicho es sano, no es raro ver cómo esta situación genera muchas veces temor de perder al otro cada vez que éste intenta buscar tiempos para sí mismo. Sólo cuando la pareja es capaz de establecer relaciones más profundas y significativas, de forma más sana, el miedo inicial desaparece.

Esto será así si los miembros de la pareja deciden trabajar cada uno por separado, por sí mismos, este aspecto que cohíbe la plena vivencia de la relación tal como generalmente se había planteado en el principio. Cada uno debería considerar trabajar para él mismo el nivel terapéutico de la carencia propia sin otorgar la necesidad de intentar que sea el otro el que “trabaje” para que la forma de concebir la pareja sea común y para que se haga lo que en consenso se decida y no para que “yo” siga haciendo lo que realmente quiero. Este aspecto es ese que tanto reconocemos del “cambia tú”.

Es fundamental que esto pueda darse en ambos integrantes de la pareja para que no surjan sentimientos de desigualdad e injusticia y abandono ante la posibilidad de contar con estos espacios personales.

Existen algunas parejas que establecen relaciones simbióticas (en las que ambos son como uno solo) que generalmente determinan un estilo de vida solitario, con pocas amistades, y en las que cada uno depende del otro. El riesgo de estas relaciones es la soledad de la pareja frente al mundo externo y la rigidez en este estilo de vivir hacia el interior de la familia y la pareja. Esto también puede ser vivido por algún miembro como una pérdida de su identidad personal, provocando sentimientos de rabia y frustración difíciles de enfrentar para ambos.

Es importante que la pareja entienda que cada uno va a poder aportar a la pareja, en la medida que cada uno pueda tener espacios y tiempos para realizar sus proyectos personales y desarrollarse como persona. Así la pareja podrá complementarse, aportando cada uno sus talentos y virtudes. En la medida que cada uno se sienta contento con su propio proceso de desarrollo podrá colaborar con su mirada optimista de la vida y aportarla a la relación. Esto es de ayuda en el clima afectivo al interior de la pareja. Si esto se suma a una buena comunicación afectiva y a la posibilidad de tener espacios para compartir, los sentimientos de abandono no estarán presentes. En cambio si la comunicación afectiva está poco fluida y existe distancia y poca disponibilidad de ambos para comunicarse, los espacios de cada uno serán vividos como una deslealtad y como un abandono por parte del otro.

Seremos libres y felices en la medida en que seamos capaces de ser auténticos y esto también implica límites y espacio para el compromiso real. La Psicóloga Pilar Sordo enfatiza: “Lo importante es que las libertades no se transformen en el desarrollo de los egoísmos."

Tal vez sea necesario recordar que Amar es otra cosa muy distinta a lo que muchos creen. ¡Si nos diéramos cuenta de las cosas disparatadas que se hacen en nombre del amor!

lunes, 19 de enero de 2009

CONDUCTAS Y ACTITUDES

Un buen amigo, el Profesor F. Román, me ha enviado una presentación breve que nos sirve de reflexión sobre la necesidad de tener una serie de actitudes distintas a las que realmente tenemos ante las diversas situaciones que nos depara la vida. Como siempre, quiero compartir con todos vosotros esta reflexión porque estoy seguro que a alguien ayudará en algún momento. Es digno de observar cómo nuestro propio cerebro va a reaccionar de una manera o de otra según el pensamiento que estemos dispuestos a trabajar.

CONDUCTAS Y ACTITUDES