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lunes, 6 de junio de 2011

Parar el tiempo: apego y desapego


¿Qué nos hace permanecer en lo conocido? Arropados en rutinas de horarios, de relaciones. Pareciera que ellas nos mantienen en casa, en lo familiar.

¿Qué te hace negar volver a casa? Rechazando las raíces, huyendo de todo lo que te resulta conocido.

Apego y desapego… un péndulo, un estado, una tristeza escondida, una rabia proyectada.

Como en la canción “reloj no marques las horas”, en la que me imagino sujeto a las anillas, en un infructuoso intento de parar el tiempo, algunos de nosotros nos agarramos a cada extremo del péndulo.

Aunque la verdad, con los años te balanceas en los dos.

Cuando conoces la euforia del desapego, a la vuelta de la esquina te aguarda el apego. A veces es una cuestión de juventud, donde el desarraigo parece una necesidad. Y a medida que te haces mayor, te aproximas a la otra opción. El apego parece reconfortar de malos presentimientos.

Parece fácil permanecer en lo conocido cuando el control que has inventado, a la larga es un aliado que evita ponerte aprueba en aquello que eludes. El apego es un buen escaparate para esconderse.

Abordar la responsabilidad de un cambio, del avance. Salir de la inercia y transformar el estado de latencia, de tristeza, tan propio del apego, tiene un enorme riesgo.

Es preferible ir metiendo debajo de la alfombra todo lo que pueda ser confrontado. Mirarte a la cara, en el espejo de tu tristeza, parece presagiar el cruce de un círculo mágico que te protege de algo invisible. Resulta inabordable para la mayoría de nosotros.

Cualquier crisis que te lleve a mirar al apego, a revisar la identidad que se suprime a sí misma desde la negación de la propia fuerza, se convierte tan sólo en un impulso momentáneo cuando se encara al dueño y señor de la casa. Ese que se esconde en la costumbre. Los hábitos, los horarios, las rutinas, lo conocido, encuentran en el pesimismo su mejor aliado y en las circunstancias adversas la permanente disculpa.

La canción es la misma con el desapego. Ambos se dan de la mano en no ser. Quien se vive sin referente y niega lo esencial, es presa fácil para la envidia. Esa búsqueda inútil de ahorrarse el esfuerzo de ser quien realmente eres para vivir de prestado.

Te pones trajes que te quedan estrechos, o muy largos. Simplemente no te sientan bien. No eres tú. Te producen el empacho de quien se indigesta con un conocimiento que no digiere, que no hace suyo. Una máscara de carencia escondida en una falsa libertad. Un desarraigo que se olvida del origen para terminar perdido y aislado.

Apego y desapego, hermanos de lo mismo. Un necesidad de abrirse al cambio. De reinventar las ataduras que siguen sujetas en ambos extremos del péndulo. Invenciones en sombra que esconden nuestro máximo potencial.

Y no hay nada que ate más que aquello que no consigues ver con buenos ojos.

Artículo de Graciela Large,
Experta en Comunicación
y Terapeuta de desarrollo personal.
Creadora de la página Comunicación en pareja

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