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lunes, 26 de marzo de 2012

La adicción del vínculo: atrapados en el pasado

Como todas las semanas, Graciela Large me envía sus artículos con los que actualiza su página, y ha habido uno que me ha gustado para la reflexión, porque llevamos varias semanas tratando este tema, fruto de diversas consultas que nos han llegado. Aquí les dejo con este escrito para que les sirva, como siempre esperamos, para una profunda reflexión y un arma para trabajar siempre las crisis emocionales a las que nos vemos sometidos y, en definitiva, para que la conciencia de nosotros mismos sea mucho más efectiva y eficaz. Ya sabemos que el encuentro con nuestro interior es el máximo reto con el que se enfrenta el ser humano, y, tal vez, el problema más grande y dificultoso, aunque también sabemos que el camino se realiza andando y el encuentro comienza por un primer paso y nuestra voluntad.

"Creo que no hay mayor adicción que revivir con otro aquello que nos paraliza en el desamor a uno mismo. Hay síntomas de esa adicción y que nos avisan que estamos enganchados.

Son pequeñas acciones a las que luego restamos importancia, o reacciones emotivas sin aparente lógica, y que sin embargo, avisan de que queremos irnos o alejarnos.
En nuestro ánimo percibimos el malestar, la emoción de alguna manera nos apremia a un cambio, sin embargo, no conseguimos darnos una explicación que nos permita una salida.

La cuestión es que pese a nuestras reacciones esporádicas o viscerales, continuamos enfocados en conseguir algo de la situación o de la persona donde las condiciones creadas no lo favorecen. Estamos enganchados y somos adictos a una situación disfuncional. En estos casos hay un mecanismo emocional que salta de doble manera, tanto para avisarnos de que estamos al límite, como para mantenernos atrapados en el vínculo que se encarga de recrear en el presente un aspecto del pasado que nos limita.

Para empezar a resolver la adicción conviene que reconozcamos esos intentos fallidos de sabotear la relación o de romperla. Hay un sentimiento de impotencia que aborta cualquier intento de alejamiento. Digamos que la impotencia es una especie de súplica para que el otro cambie y resuelva lo que está pendiente en nuestro pasado. Habrá que desengañarnos. Si lo que se recrea tiene las mismas características pasadas el resultado será el mismo.

No obstante nuestra parte ciega se empeña y al escucharla seguimos enganchados hasta que no se aguanta más, esperando que se produzca una solución mágica. Esto ocurre cuando la persona ha tenido vivencias poderosas, donde el sonido, las palabras, las acciones se unen para dejar una huella que permanece en la memoria, en la intención y en la visión de la vida.

Puede que se trate de vivencias como la de haber sido controlado excesivamente, ridiculizado o infravalorado. En el caso de Alejandro,un paciente que veo en consulta, por ejemplo, el miedo que le produce una relación sin futuro, le convierte en una persona hiper-complaciente con lo que cree garantizar que no será abandonado.

Un comportamiento que responde al guión de lo que fue su relación con su madre. Sabe que necesita un vínculo que le dé seguridad, lo busca, lo necesita. Sin embargo, sus relaciones adolecen de solidez y no se concretan en el tiempo. A veces tiene mal humor, otros días se deprime, y últimamente protesta por cosas sin importancia. Se enfada cada vez que comprueba que lo que vive le lleva a sentirse infeliz, sin embargo, lo admite a medias.

En su fuero interno él siente que se somete y que transige con una situación con la que termina sintiéndose menospreciado. Se echa la culpa de no poder dejarle.

El desenganche de Alejandro pasa por el desengaño. Aceptar que lo que busca no se consigue en situaciones o con personas que replican el pasado. Entonces dará una oportunidad real a una experiencia diferente."


Artículo de Graciela Large
de su página Comunicación en pareja

martes, 20 de marzo de 2012

Me siento bien…me siento mal.

No puedo dejar de observar el comportamiento humano y aunque a lo largo de mi propia vida y de la profesional he adquirido conocimientos, aún me asombran y me encuentran desprevenido ciertas actitudes inesperadas de la conducta humana. Y me extrañan; me hacen profundizar en las explicaciones que me puedan aportar o llevarme a las soluciones que me infieran las razones de estas actitudes tan aparentemente, a priori, irracionales.

Me observo y observo fuera. Veo que tengo un gran día y de pronto sucede un “clic” inadvertido que cambia todas mis percepciones y provoca un profundo desasosiego; un no sé qué que hace sentir una gran angustia interior, y ya nada parece lo mismo, no siento igual y se me descontrola la mente porque parece que funciona de forma autónoma. Lo positivo del mismo aire que respiraba se torna pesado, se me atraganta…Es muy negativo y así se siente uno “hecho polvo” sin saber muy bien por qué.

Y es que muchas de las decisiones que tomamos, el modo de vivir, de interrelacionarnos, están basados en cómo nos sentimos y aunque nos damos cuenta que tal como se va desarrollando el momento, la situación, nos va abocando a una vivencia sin sentido, amarga, fría, dolorosa, seguimos el camino casi “saboreando” ese dolor que parece que somos incapaces de parar y repensar. Esta situación nos confunde y nos altera porque la captación de los sentimientos de los demás, o más bien, la traducción que hacemos de forma subjetiva, la interpretación, nos afecta y permitimos que cambie nuestro equilibrio emocional. Salen nuestras verdaderas y más primitivas inseguridades tal vez enmarcadas en un contexto que no es el suyo en ese momento…Y nos ahogan.

Las emociones se transmiten, y este concepto que debemos interiorizar nos predispone a un cambio que carece del trabajo interior propio para ser los verdaderos responsables del rumbo de nuestra propia vida, hacia fuera y hacia nuestro centro neurálgico del bienestar. Aún no hemos ejercitado la habilidad para no aceptar lo que no es nuestro y rechazar lo negativo y dar la bienvenida a lo positivo. Aún no hemos ejercitado el poder interior de la conciencia frente a la inconsciencia que nos viene marcando nuestro presente.

Si tú estás bien emocionalmente y no tienes motivos para angustiarte, esa sensación que te cambia por el “mal de otros”, no es tuya, por lo que es necesario soltar esa negatividad cambiando el tipo de pensamiento por el contrario, el positivo. Párate, reflexiona y no emitas energía hacia el exterior en ese momento y mucho menos palabras que “sabes que son hirientes”

Grandes autores de la psicología transpersonal y del autoconocimiento dicen que más veces de las que nos creemos, se dan las situaciones que venimos mencionando en este artículo, porque se suele tener mal enfocado los “lentes por los que se ve la vida, ya que la felicidad, el equilibrio, son una elección personal y no son fruto del azar”, por tanto, aquellos que eligen constantemente sus decisiones de vida sin estar pensando más en su equilibrio interno, en su “estar bien” para dar mejor, y en que uno no es el propio arquitecto de su vida y su destino, logran que se cronifiquen los vaivenes de la negatividad y su eterna búsqueda se intensifica, a veces, sin llegar a algún punto del oasis que haga respirar la tranquilidad que fortalezca la continuación de la búsqueda del equilibrio interior, y poder llegar a un verdadero autoconocimiento, cuyo objetivo es escoger la ruta que vaya acorde con uno mismo para encontrarte con tu felicidad.

Debido a que tú eres responsable de tu conducta y de tus sentimientos, tú puedes elegirlos. Por medio de la atención consciente puedes elegir lo enfadado, decepcionado, frustrado o triste que tú te “quieras” sentir. Se hace necesario conseguir la habilidad natural para transformar momentos de confusión en momentos de claridad interna. Todo pasa para algo y para que reconozcamos y nombremos nuestras cualidades, nuestros sentimientos, nuestros talentos únicos…siendo conscientes de ellos, pero de verdad, dejando la teoría para pasar todo lo que sabemos a la práctica.

¿Quién desearía estar en la cárcel en lugar de disfrutar de la libertad que la vida nos pone al alcance? Si se desea lo primero, piense qué está pasando por dentro para sacar ese deseo tan irracional hacia fuera.

Juan José López Nicolás

viernes, 16 de marzo de 2012

La ansiedad infantil a reflexión.

Nos hemos encontrado en varias ocasiones que los padres nos consultan sobre el nerviosismo de los hijos, su intranquilidad, etc. y nuestra respuesta, a priori, casi siempre, nunca satisface plenamente porque contradice la creencia que los progenitores tienen al respecto. Cierto es que cuando estás dentro del “círculo” se hace más difícil ver las cosas con perspectiva, y la focalización de los problemas impiden ver el amplio espectro de síntomas que intervienen en la sobrevenida de las circunstancias que acompañan las situaciones que inoculan estrés en los niños.

La verdad es que vemos a nuestros hijos como si una pieza de nuestra propia vida se tratara (¿lo son realmente?) y no vemos que son individuos autónomos, con sus propias escalas de valores, sus propias características y distintos a nosotros, razones por las que sus propias escalas de valores salen para interpretar las vivencias que ellos mismos viven y sienten desde su interior propio, particular e individual. Las cosas no afectan a todos por igual y ellos son personas, que, aun dependiendo de momento de nosotros, no ven el mundo por nuestros ojos, sino por los suyos. No ven el mundo, sino su mundo, y nuestro error, natural, es querer que lo vean con nuestros ojos y sientan exactamente las cosas como nosotros las sentimos.

Si estamos de acuerdo con este preámbulo, es fácil colegir que nuestra forma de ser, de vivir los acontecimientos, afectan sobremanera a nuestros hijos, por lo que es conveniente observar qué les está afectando de lo que a nosotros, los adultos, nos está pasando en nuestra propia vida. Nuestras reacciones, nuestros gritos, nuestras penas, nuestras lágrimas, son advertidas por ellos y “no suelen entender nada” porque no les explicamos nada, así que su vida se ve afectada emocionalmente por lo que creen en muchas ocasiones que van a perder. Tal vez no hablemos con nuestros hijos lo suficiente (dependiendo de las edades acondicionaremos nuestro discurso), pero lo necesitan y no debemos escamotearles lo que ellos creen ver sin darles una explicación que puedan entender, sea lo que sea, y en definitiva, les tranquilice en mayor o menor medida.

¿Qué hacer en casa? ¿Qué está a nuestro alcance?

•Trata de visualizar las situaciones en que el niño se pone más inquieto o ansioso.
•Cuando puedas ver un patrón trata de cambiar la situación para ver si logras controlar la ansiedad del niño.
•Trata de ser equitativo con todos tus hijos y prestarle atención a todos por igual.
•La comunicación es muy importante y no gritar a pesar de que la situación se torne complicada, es bueno siempre mantener la calma ya que si te pones ansioso le sumas más ansiedad a la situación.
•Explicarle cualquier cambio que suceda en la familia es muy importante, los niños lo pueden entender todo si se les habla de forma adecuada.
•Consultar siempre con los educadores donde tu hijo asiste para identificar posibles situaciones que generen ansiedad.
•Tratar de educar a tu hijo para que la frustración sea una parte aceptada de la realidad, ya que cuando lo aprenda y tenga fracasos como todos, la sensación de ansiedad será menor y tendrá mayor capacidad para aprender de los errores o de situaciones en las que el deseo se ve frustrado. Esto lo puedes hacer no cubriendo inmediatamente una necesidad que tu hijo manifieste, sino que primero trata que lo resuelva por sí mismo.
•Esta es una buena forma de poner límites sin tener que realizar prohibiciones autoritarias dentro de lo razonable para tratar de fomentarle confianza en sí mismo al otorgarle espacio para su autonomía, más allá de tus miedos “naturales” como padre o madre.

Ya sabéis, ante cualquier duda o aportación a este artículo, podéis, como siempre dirigiros a nuestro correo electrónico o dejar vuestro comentario, opinión o reflexión.

Juan José López Nicolás
Bibliografía: www.innatia.com
www.psicoarea.com

lunes, 5 de marzo de 2012

“Creo en la pareja humana…”

Es cierto que a pesar de todos los avatares por los que está pasando la pareja, los hombres y mujeres que la conforman, sigo creyendo en la pareja humana; incluso en su relación, en su conflicto, en el poder de su evolución (que no es otro que el mismo poder de cada individuo), en sus crisis, en su trabajo y por él en su “curación relacional”, para seguir manteniendo esa urdimbre que potencia lo complementario en cada ser.

Creo en la pareja humana, pero ¿cómo comunicaros lo que ya tantas personas han escrito con palabras inventadas y surgidas por la propia necesidad de crear un equilibrio espiritualmente humano?

Leo y releo, busco y rebusco artículos que me abocan a la seguridad de seguir afianzándome los criterios que existen en mí sobre la vida vivida en pareja, porque, ¿sabéis?...yo creo en la pareja humana. Y en mi búsqueda de las expresiones alternativas a vivir en soledad, he encontrado una página (que al final hago referencia) con un artículo que condensa en fondo y forma la expresión real de los argumentos que existen en mí para que categóricamente afirme que yo sí creo en la pareja y hasta en su resurgimiento cual ave fénix.

Os dejo con el resumen de este artículo para que vosotros reflexionéis asimismo sobre este asunto que, hoy por hoy, sigue teniendo adeptos y detractores.

"Vivimos una época de crisis en las relaciones de la pareja humana. Muchos factores complejos determinan esta crisis, pero no importa cómo sean las cosas, creo definitivamente y de todas maneras en la pareja, ella y él, especialmente si van de la mano y por el mismo camino.

Hombre y mujer, constituyendo una pareja bien integrada, asumen una dimensión superior de sí mismos. Conforman una complementación indispensable en lo físico, en lo mental, en lo cultural y en lo social. Constituyen un potencial con sus polaridades, que se ha de traducir en un fluir productivo y fructífero en las más distintas direcciones.
Es de tal significado para hombre y mujer adquirir el privilegio de pareja bien integrada, que de todas maneras valdrá la pena enfrentar los miedos, la envidia, los riesgos y peligros, las frustraciones que habrán de salir al camino en esta aventura. Será necesario trabajar para superar el egoísmo adquirido a cada instante, sin renunciar a sí mismo ni a la propia individualidad, lo que es todo un arte. Habrá que privilegiar el entendimiento y la aceptación por sobre lo contradictorio, por sobre la fácil tendencia a juzgar.

El Amor, que es la base de la unión de la pareja humana, no es sólo la flor delicada que ambos tienen que regar cada día. Este simbolismo parece muy débil. No expresa la energía y la fuerza de ese Amor, que tiene necesariamente que estar provisto de Fe: de él en ella y de ella en él. Ese Amor tendrá que llegar a ser como un abrazo cálido constante que no toca fondo. Ese (fuego) Amor tiene que llegar a ser más bien como el fuego en el hogar al cual ambos agregan la leña del invierno a cada instante.

También pienso que la Fidelidad de la pareja, sin ambigüedades ni transacciones, es el requisito para avanzar hacia la más perfecta integración, por múltiples razones psicosomáticas y otras muy actuales de acuerdo con los tiempos en que nos toca vivir. Sin embargo, no creo en el amor único. Ante su fin, habrá que estar dispuesto a iniciar otro camino.

El camino de la pareja puede ser muy promisorio, pero cortarse bruscamente. Puede hacerse estrecho y difícil, imposible de seguir juntos. Están la muerte, las enfermedades, las incomprensiones, la incomunicación o la comunicación banal, el deterioro del amor a menudo irreversible. El fuego se apaga, es el filo de la navaja en que es bueno decidir por uno mismo, no por voces ajenas, porque nadie dimensiona mejor sus propias circunstancias que uno mismo. Pero las hipótesis negativas del futuro no pueden deteriorar la dicha del presente. Por el contrario, tienen que ser el mejor estímulo para vivirla en plenitud.
Y después... sólo el tiempo dirá si la decisión de seguir juntos, de cortar los lazos de pareja, de constituir otra y con quien, fue un acierto o un error.

Por todo lo anterior, creo en la pareja humana que convive sin mitos, sin lirismos ni dogmas, sin supersticiones, unida por un Amor con Fe y con Lealtad, en la cual el Amor es siempre relevante y nunca pasa a segundo término.”


Juan José López Nicolás

Datos de referencia: Juan Eduardo Núñez Perrow