Muchos profesionales, psicólogos, terapeutas, orientadores,
etc. lo dicen: un adolescente conflictivo no surge de forma espontánea.
Damos muchas vueltas para dar explicaciones de esto, pero la
verdad es que no queremos poner el dedo en la llaga porque la responsabilidad,
en la mayoría de las ocasiones, es de los padres o figuras parentales de
referencia directa. De esos polvos, estos lodos, como se suele decir.
Un niño nace y va aprendiendo, madura, evoluciona y va a ser
en gran medida de una manera u otra, muchas veces, según los mensajes y
actitudes educativas que vaya recibiendo de sus referentes en las distintas
etapas por las que va pasando. Y es en esas etapas cuando se tiene que cargar
de objetivos y contenidos adecuados, en cambio, es ahora, cuando se nos va de
las manos cuando queremos tomar cartas en el asunto porque la desesperación
hace incluso que la relación con los demás miembros del círculo familiar se
esté deteriorando.
El amor no es suficiente para solucionar estos problemas
(aunque es un gran facilitador y ojalá se empleara más) y una vez asumida la
responsabilidad de cada miembro en esta situación que se nos presenta, tal vez
podamos intentar reeducar y abrir una ventana a la esperanza que condicione las
incongruencias en nuestra conducta, lenguaje (forma de comunicarnos) y
expresión de emociones y sentimientos.
Lo crucial en estos momentos es prestarles atención, interés,
por lo que hemos de aprender a escucharles, a traducir sus peticiones cargadas
de exigencias en la mayoría de los casos, que nos perturban y nos hacen muy
difícil saber qué quieren, pero, ¿es que no somos nosotros los adultos los que
deberíamos poner “lógica” en este “lío irracional” que aparece ante cualquier
situación que se viva?
Tal vez nuestro exceso de autoridad no deje salir nuestra
verdadera emoción desde el fondo de nuestro corazón; tal vez llevemos mucho
tiempo sin decirles un “te quiero”, o abrazarlos. Tal vez sigamos tratándoles
como bebés o los comparemos con otro hermano que “es mejor que él.” Tal vez…
Son muchas cosas las que hay que ajustar. Hasta hemos de
aprender a poner las normas que en toda casa deben existir en beneficio de una
buena convivencia y entendimiento, ya que el trastorno de los comportamientos
relacionales hace evidente la toma de decisiones en el sentido de ir a la
solución de los problemas que se presentan: abordaje adecuado de los síntomas.
Pero lo que quiero subrayar y aportar a este abordaje es que
cuanto más separemos al adolescente del grupo familiar, más se aleja, y por lo
tanto va a ser más complicado reeducar si está a años luz de nosotros. Lo justo
y necesario es hacerle sentir, porque lo es, miembro de hecho y de derecho de
nuestro grupo familiar, de este grupo de pertenencia. No es el “apestado” que
hay que separar; no es el diferente que se saca de “nuestro grupo” de
“perfectos” y al que etiquetamos como “el imposible”, como el paciente
identificado.
Todo el sistema se ve influido por el problema porque forma
parte de él, así como de sus soluciones. Si el mensaje es que nuestro hijo o
hija es un problema,… ¡Menudo mensaje le llega!
Ahora nuestro adolescente tiene el problema, pero él no es el
problema (que también es nuestro) y espero que se entienda perfectamente este
crucial matiz.
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