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lunes, 16 de octubre de 2017

¡Socorro, un adolescente!

Muchos profesionales, psicólogos, terapeutas, orientadores, etc. lo dicen: un adolescente conflictivo no surge de forma espontánea.
Damos muchas vueltas para dar explicaciones de esto, pero la verdad es que no queremos poner el dedo en la llaga porque la responsabilidad, en la mayoría de las ocasiones, es de los padres o figuras parentales de referencia directa. De esos polvos, estos lodos, como se suele decir.

Un niño nace y va aprendiendo, madura, evoluciona y va a ser en gran medida de una manera u otra, muchas veces, según los mensajes y actitudes educativas que vaya recibiendo de sus referentes en las distintas etapas por las que va pasando. Y es en esas etapas cuando se tiene que cargar de objetivos y contenidos adecuados, en cambio, es ahora, cuando se nos va de las manos cuando queremos tomar cartas en el asunto porque la desesperación hace incluso que la relación con los demás miembros del círculo familiar se esté deteriorando.

El amor no es suficiente para solucionar estos problemas (aunque es un gran facilitador y ojalá se empleara más) y una vez asumida la responsabilidad de cada miembro en esta situación que se nos presenta, tal vez podamos intentar reeducar y abrir una ventana a la esperanza que condicione las incongruencias en nuestra conducta, lenguaje (forma de comunicarnos) y expresión de emociones  y sentimientos.

Lo crucial en estos momentos es prestarles atención, interés, por lo que hemos de aprender a escucharles, a traducir sus peticiones cargadas de exigencias en la mayoría de los casos, que nos perturban y nos hacen muy difícil saber qué quieren, pero, ¿es que no somos nosotros los adultos los que deberíamos poner “lógica” en este “lío irracional” que aparece ante cualquier situación que se viva?

Tal vez nuestro exceso de autoridad no deje salir nuestra verdadera emoción desde el fondo de nuestro corazón; tal vez llevemos mucho tiempo sin decirles un “te quiero”, o abrazarlos. Tal vez sigamos tratándoles como bebés o los comparemos con otro hermano que “es mejor que él.” Tal vez…

Son muchas cosas las que hay que ajustar. Hasta hemos de aprender a poner las normas que en toda casa deben existir en beneficio de una buena convivencia y entendimiento, ya que el trastorno de los comportamientos relacionales hace evidente la toma de decisiones en el sentido de ir a la solución de los problemas que se presentan: abordaje adecuado de los síntomas.

Pero lo que quiero subrayar y aportar a este abordaje es que cuanto más separemos al adolescente del grupo familiar, más se aleja, y por lo tanto va a ser más complicado reeducar si está a años luz de nosotros. Lo justo y necesario es hacerle sentir, porque lo es, miembro de hecho y de derecho de nuestro grupo familiar, de este grupo de pertenencia. No es el “apestado” que hay que separar; no es el diferente que se saca de “nuestro grupo” de “perfectos” y al que etiquetamos como “el imposible”, como el paciente identificado.

Todo el sistema se ve influido por el problema porque forma parte de él, así como de sus soluciones. Si el mensaje es que nuestro hijo o hija es un problema,… ¡Menudo mensaje le llega!

Ahora nuestro adolescente tiene el problema, pero él no es el problema (que también es nuestro) y espero que se entienda perfectamente este crucial matiz.


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