El otro día ojeando el periódico me encontré con este artículo: "Tres de cada diez jóvenes creen sufrir un trastorno mental"
(Periódico La Verdad, 24/05/2018). Los titulares habitualmente suelen ser
alarmistas para llamar nuestra atención, y en mi caso, como madre y psicóloga,
lo consiguió y decidí leer el artículo más detalladamente. La
realidad es que conforme leía más me sorprendían los datos que aportaban y
sinceramente más se me ponían los pelos de punta.
El artículo expone que al
responder en una encuesta cerrada y digital, casi el 30% de los jóvenes
españoles aseguran que ha padecido, o al menos lo cree, algún tipo de problema
de salud mental: inquietud, agitación, inhibición, problemas de concentración,
sentimiento de fracaso, falta o exceso de apetito, problemas de sueño.
Ante la pregunta: "¿Ha
tenido o ha creído tener trastornos psicológicos?", el 33% de las chicas y
el 23% de los chicos respondieron afirmativamente según el Barómetro Juvenil de
Vida y Salud, realizado por la Fundación Ayuda contra la Drogadicción y
Fundación Mutua Madrileña. Alrededor del 50% dijo sentir decaimiento, cansancio
o apatía, aunque el 78% de los encuestados aseguraron acudir al médico al menos
una vez en el último año y de los que sintieron algún tipo de trastorno mental
más de la mitad no solicitaron asistencia alguna. Ni siquiera al médico de
cabecera.
Si los datos de la encuesta
realizada a 1.200 jóvenes los extrapoláramos al resto de adolescentes, serían
dos millones de personas las que presentarían problemas de salud mental. Desde
luego el panorama lo definiría como preocupante.
La mayoría hablan de
cansancio, problemas de sueño, falta de energía,...
En un principio no pueden
parecer síntomas preocupantes o condescendientes para los padres y adultos de
referencia. Pero la realidad y las cifras contrastadas por la clínica es que el
porcentaje de población joven diagnosticada con trastornos
psicológicos está en el 11,4% con depresión, el 11,2% con ansiedad, pánico y fobia,
y el 7,2% con problemas de sueño.
¿Por qué nuestra juventud
está cada vez más perdida? Con estos datos no podemos saber por qué se
deprimen, pero sí notamos un tabú para reconocer el problema y pedir ayuda,
aunque esté diagnosticada.
De todo esto lo que más llama
mi atención son dos datos: por un lado, el elevado número de jóvenes que creen
tener un problema de salud mental y por otro lado, y aún más importante, que no
lo cuentan. Nadie lo sabe. No piden ayuda, quizá porque no saben a quién pedirla
o cómo. ¿Cómo es posible que sus padres lo desconozcan?
Una escena que veo a menudo
es la que voy a compartir con vosotros. En un momento coyuntural en el que
te preguntan si estás trabajando y dices que sí, y antes de que se te ocurra
decir algo más te contestan:” ¡Qué suerte tener hoy día trabajo! Y piensas tú
para tus adentros: ¿En serio? Trabajo 11 horas todos los días, no cobro las
horas extra, y cobro 1000 euros; y si me quejo la respuesta del jefe o la jefa
es sencilla: "En el paro hay 2.000.000 más de parados como tú".
La motivación, ganas de
superarte, de aportar, de sentirte parte de un equipo es.... "un mito",
una falacia. En una coyuntura política y social, en la que la mayoría de los
Diplomados, Licenciados o Graduados están parados o trabajando en un sector
totalmente diferente para el que están cualificados. En una coyuntura en
la que ves a tu alrededor falta de recursos para poder hacer frente a una vida
digna. En una coyuntura en la que si no trabajan ambos miembros de la pareja no
se puede mantener un hogar (casa, hijos, alimentos,...), en la gran mayoría de
los casos. En esta coyuntura en la que ves que no te vas a
independizar hasta los 40 años, que quizá encuentres un buen trabajo
relacionado con tus estudios, por lo que no vas a plantearte tener hijos
hasta los...mmm...no sé... ¿los 45? Por tener un poco de tiempo para disfrutar
de la vida independiente y autónoma sin descendientes.
Y cuando aumentas la familia,
ves que tú no vas a criar a tus hijos, lo va a hacer una guardería o los
abuelos, y piensas: “¿Para qué he tenido yo hijos?” Para verlos un rato antes
de acostarse a dormir, para que descansen mucho y mañana rindan perfectamente
en el colegio. Que sean muy buenos estudiantes y que saquen muy buenas notas.
¿Para qué? Ven que el esfuerzo no va a obtener resultados. Lo ven en su
entorno.
¿Y aún nos preguntamos que
qué le ocurre a nuestra juventud?
Se nos presenta una pregunta,
y larga: “¿No sería más coherente compartir tiempo, valores, respeto,
coherencia, disciplina,...desde el amor, desde el entorno de la familia. Para
que luego, si quiere alguien llevárselos a terrenos que no nos gustan
(drogas, alcohol, por ejemplo) sepan decidir, sepan apoyarse en nosotros y
contarnos, abrirse y ventilar sus emociones, sepan tomar buenas decisiones por
y para ellos?
Ante este
panorama desolador, ¿qué creéis que percibe nuestra juventud?
Percibe incertidumbre, miedo ante la crisis y falta de expectativas en su
futuro. Un cóctel perfecto con impacto directo en la salud mental de los
jóvenes.
Esa salud mental en la que en
pocos casos (es genética) y en la gran mayoría tenemos mucho que ver los padres
y el entorno del joven.
Un estilo de apego seguro,
fomentar confianza en la relación familiar, hablar entre nosotros, de los
problemas o no, del día a día. Normalizar y apoyar a nuestros hijos. Enseñarles
lo importante que es intentar ser justos y a que no se consigue todo en la
vida, y mucho menos a cualquier precio, aprender en valores y educarse en
ellos, porque lo que me pareció más triste del artículo fue que no tienen una
figura de apego en quien apoyarse, a quién contarle, que les pueda aconsejar.
Si
potenciamos una autoestima equilibrada en nuestros hijos/as, estaremos ayudando
a que sean felices y a que cada día aprendan un poquito más sobre cómo
son.
Para educar desde las emociones, no es
suficiente tratar con amor, sino también habrá que incorporar la aceptación a
la fórmula de su educación. Por mucho que nos guste que nuestros hijos se
parezcan a nosotros en determinadas cosas, no podemos esperar que actúen de la
misma manera. Y apuntando hacia su actitud, para que el mensaje sobre lo que
queremos decir sea más claro y dé la posibilidad de cambio y aprendizaje: “No
me ha gustado esto que has hecho, sé que lo puedes hacer mejor”. Es tan
sencillo como dejar claro que, aunque hagan cosas que no nos parecen adecuadas,
les seguimos queriendo. Ayudará a hacerles sentir
que no les hemos dejado de querer por hacer ciertas cosas, porque para ellos es
más importante de lo que creemos. Se les quiere por ser quienes son no por lo
que hacen.
Imponed algunos límites a su comportamiento.
Recordad que vosotros sois el timón y que precisamente los niños que no se han
enfrentado a las prohibiciones de los adultos son los que presentan los niveles
de angustia más elevados. Si ya pasó la niñez, recordad que los límites son
importantes. Normas. Somos una sociedad civilizada, entre otras cosas por este
motivo.
Recordad que lo hecho no
tiene vuelta atrás, ni tampoco la palabra emitida; la información es sabiduría.
Formad parte de sus vidas, acompañarlos, de este modo no se verán tan
desamparados y de ésta forma los podremos ayudar sin que nos vean como enemigos
o una amenaza.
Nuestra juventud, nuestro
futuro. Cuidémosla valorándola. Eso lo agradece cualquier salud mental. ¿No creéis?
P.D: Cada día les digo a mis
hijos: “Te quiero todos los días, cuando haces cosas que me gustan
más, o que me gustan menos”.
Mª Esmeralda Ruíz Pina
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