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lunes, 13 de agosto de 2018

Crianza vs. Trabajo


Viendo el otro día el programa de televisión “Planeta Calleja” y a su invitada, en esta ocasión, Elsa Pataky, me llamó la atención una de sus respuestas a las preguntas de Calleja, hasta tal punto que ha sido inspiradora para presentaros el artículo que ahora me ocupa.

El presentador le preguntó algo así como que qué expectativas de futuro tenía y ella contestó: Ser madre. Me pareció sincero y hermoso, teniendo en cuenta que en la sociedad actual se ve raro el hecho de quedarte en casa criando a tus hijos.

La mayoría de los estudios se centran en demostrar que es mejor que la madre se incorpore al mundo laboral lo antes posible tras ser madre. Los hijos son más sociables (al ir a la guardería), más independientes,...Y claro me hace mucha gracia observar en foros y en las conversaciones cotidianas que la mayoría de las madres preferirían quedarse en casa y criar a sus retoños que tener que volver al trabajo. Por supuesto, en el otro lado se encuentran aquellas madres que desean volver al trabajo.

La clara diferencia entre ambos extremos reside en dos verbos: querer y tener. No es lo mismo querer volver al trabajo que tener que volver al trabajo, en la mayoría de los casos por circunstancias económicas. 

Educar a los hijos parece hoy más complicado que nunca. "El compromiso que exigen las empresas impide que muchos trabajadores sean dueños de su tiempo", señalan los expertos en conciliación. "Y lo lamentable, -añaden- es que en el nombre del estatus y del dinero cada vez más personas viven como si su ocupación fuera el centro de su existencia, descuidando las necesidades emocionales de sus familias". Una de las consecuencias es la falta de dedicación hacia los hijos, que desarrollan "conductas violentas e hiperactivas para llamar la atención".

El humanismo en la empresa empieza a contar con datos que avalan la reclamación que los expertos en psicología y filosofía del trabajo llevan haciendo desde hace años: "La conciliación entre vida laboral y personal no puede ser un privilegio, sino un derecho universal para todas las personas que trabajan para poder vivir digna y equilibradamente".

Se estima que el 38% de los asalariados padece algún síntoma nocivo derivado del exceso de trabajo (estrés y burnout) o que es víctima de las relaciones agresivas que a veces se generan dentro de las empresas (mobbing), según el informe Cisneros VI, del Instituto de Innovación Educativa y Desarrollo Directivo (IIEDDI), especializado en prevención de riesgos psicosociales. Más allá de estos malestares psicológicos, que parecen ir aumentando entre la población activa, el actual modelo de desarrollo empieza a generar otro importante daño colateral: “la soledad afectiva y emocional de muchos hijos, que carecen del cariño y de la orientación de sus padres, demasiado ocupados en cumplir con las exigencias de sus respectivas ocupaciones profesionales”, señala Araceli Oñate, directora general del IIEDDI.

Con la progresiva incorporación de la mujer a la actividad productiva "la educación de los hijos se está delegando cada vez más a los centros escolares". Sin el apoyo directo de los padres y de las madres, está más que demostrado que los hijos no pueden desarrollarse sanamente. No se trata de culpabilizar a nadie, pero si la manera en la que hemos organizado la actividad laboral impide que los padres tengan tiempo para jugar cada día con sus hijos es porque algo no estamos haciendo bien.

Lo cierto es que según las conclusiones de otro estudio -el Cisneros X, centrado en la violencia y el acoso escolar en España y elaborado en colaboración con la consultora Mobbing Research-, cerca del 80% de los niños mayores de siete años muestran conductas agresivas hacia sí mismos, hacia sus compañeros y, sobre todo, hacia sus profesores. Entre éstas, destacan el hostigamiento verbal (60% de los casos); la intimidación y las amenazas (24%) y el chantaje emocional, una forma de agresión que representa el 6% de los conflictos registrados en las aulas, según el informe. Pero detrás de esta fachada tan amenazadora y conflictiva, el niño agresor esconde una "profunda falta de autoestima, de cariño y de confianza".

El problema no radica en la incapacidad de los padres para querer a sus hijos, sino en su inhabilidad para hacer que se sientan queridos. Los niños perciben rápidamente si sus padres les están dedicando un “tiempo de calidad”, y éste tan sólo existe cuando se produce una entrega amorosa e incondicional.

A través de conversaciones con los niños más conflictivos, se constata que la mayoría de sus padres regresan a sus hogares a la hora de cenar, "normalmente demasiado cansados para atender a sus hijos como estos necesitan y se merecen". Así, los niños se acostumbran a ser educados por abuelos, niñeras y, en la gran mayoría de los casos, por la televisión y los videojuegos, que los entretienen, pero también los convierten en adictos potenciales a la evasión constante de sí mismos. Además, para compensar esta ausencia, los padres suelen decirles que sí a todo, bombardeándolos con obsequios materiales que no refuerzan una adecuada educación.

Pese a todo, “algunos de estos padres reconocen sentirse culpables por no poder estar más tiempo en casa y estas inquietudes y preocupaciones suelen distraerles cuando están trabajando", explica el psicólogo y ex defensor del menor en la comunidad de Madrid, Javier Urra, socio director de Urrainfancia, consultora especializada en educación infantil.

En su opinión, una cosa es trabajar para ganar el dinero que necesitamos para vivir y otra perder la perspectiva y convertirnos en esclavos de nuestro empleo.

Personalmente creo que cada una de las dos opciones (trabajar o quedarse en casa), tiene beneficios y desventajas tanto para los padres como para los niños. 

Respecto al 'tiempo de calidad', me quedan dudas con respecto a lo que los estudios consideran que debe ser lo indicado o lo "mínimo".
Aunque sé que este tipo de estudios pretenden dar una visión general de la situación de las familias, creo que es muy complicado generalizar y dar una conclusión tajante como 'lo mejor para un niño es que su madre trabaje fuera de casa': no se tiene en cuenta si en efecto la mujer lo hace por su satisfacción personal o por que es la única opción que tiene (económicamente hablando), ya que el desarrollo personal de una mujer puede ser muy diverso: para unas puede ser dedicar su vida a su familia y para otras poder compaginar el hogar con su carrera profesional.

Muchos profesionales de la materia dicen que lo importante no es la cantidad de tiempo, sino la calidad, y yo sigo diciendo que el tiempo no debería medirse en términos de calidad.

Tiempo de calidad se considera ese en el que estás con tu hijo, jugando, contando cuentos, hablando, cantando canciones, comunicándote, etc. y tiempo de no calidad sería si estás haciendo la comida, si estás limpiando, si sales a comprar, si estás viendo la tele mientras tu hijo juega o si estás hablando por teléfono y no le atiendes.

A mí me parece que el teórico tiempo de no calidad también es un tiempo muy válido y con mucho valor. Hay estudios en los que se demuestra que a la hora de valorar el tiempo real que pasan los padres con los hijos no hay demasiadas diferencias entre las madres que trabajan y las madres que no trabajan, porque el tiempo destinado en exclusiva a los hijos es prácticamente el mismo. Pero yo creo que todo lo que entra en el saco de los minutos de la paja también son minutos de calidad: llevarte al niño de compras es tiempo de calidad, ayudarte a poner la lavadora es tiempo de calidad, llenar la casa de agua porque te quiere ayudar a fregar es tiempo de calidad, ver a mamá hacer la comida tocando y cortando ingredientes es tiempo de calidad, tener que esperar unos segundos a que mamá acabe de hablar por teléfono es tiempo de calidad… ¿o acaso no se aprende algo haciendo todo ello?

Lo único que tengo claro es que para un niño todo el tiempo que puede pasar con sus padres es enriquecedor, y que eso es imposible medirlo. 

Lo importante es conectarse con uno mismo para descubrir su propia verdad sobre la maternidad. Osho dice que la diferencia entre la verdad científica y la verdaderamente espiritual, es que la primera es social y la segunda individual. Esto significa que una vez que hay un descubrimiento científico que es tomado como válido, todos lo aceptan, lo incorporan y las siguientes generaciones construyen conocimiento a partir de esa verdad. Pero la verdad espiritual es única, cada persona debe descubrirla por sí misma a través de un proceso profundo que no termina nunca y que es imposible transmitir en forma absoluta. 

Y creo que con la maternidad sucede más o menos lo mismo. No hay una única forma de ser madre, no es mejor quedarse en la casa y posponer el desarrollo profesional ni es mejor trabajar afuera. Hay una forma que funciona para cada uno y para cada familia. Encontrarla es un desafío. Pero es en las soluciones individuales donde se manifiesta la diversidad humana y ese es el complejo secreto de la existencia.

La conclusión es corta y breve: No sé de quién es la culpa. Quizás sea del trabajo, de los políticos, de los horarios o del sistema capitalista. Al final me da igual de quién es la culpa. Lo que me importa es que nuestros hijos, esos niños que preferirían estar con nosotros, no pueden estarlo y que encima, que parece recochineo, salgan los “entendidos” a decirnos que eso es algo que no les afecta en nada y que al final es hasta positivo.

Y es que, como dijo el científico Albert Einstein, "la palabra progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices".


P.D: Una imagen vale más que mil palabras. Espero que nuestras sombras no acaben nunca con el mundo de color de nuestros pequeños.


 Mª Esmeralda Ruiz Pina

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