Viendo el otro día el programa de televisión “Planeta
Calleja” y a su invitada, en esta ocasión, Elsa Pataky, me llamó la atención
una de sus respuestas a las preguntas de Calleja, hasta tal punto que ha sido
inspiradora para presentaros el artículo que ahora me ocupa.
El presentador le preguntó algo así como que qué
expectativas de futuro tenía y ella contestó: Ser madre. Me pareció sincero y hermoso, teniendo en cuenta que en
la sociedad actual se ve raro el hecho de quedarte en casa criando a tus hijos.
La mayoría de los estudios se centran en demostrar que
es mejor que la madre se incorpore al mundo laboral lo antes posible tras ser
madre. Los hijos son más sociables (al ir a la guardería), más
independientes,...Y claro me hace mucha gracia observar en foros y en las
conversaciones cotidianas que la mayoría de las madres preferirían quedarse en
casa y criar a sus retoños que tener que volver al trabajo. Por supuesto, en el
otro lado se encuentran aquellas madres que desean volver al trabajo.
La clara diferencia entre ambos extremos reside en dos
verbos: querer y tener. No es lo mismo querer volver al trabajo que tener que
volver al trabajo, en la mayoría de los casos por circunstancias
económicas.
Educar a los hijos parece hoy más complicado que
nunca. "El compromiso que exigen las
empresas impide que muchos trabajadores sean dueños de su tiempo",
señalan los expertos en conciliación. "Y
lo lamentable, -añaden- es que en el
nombre del estatus y del dinero cada vez más personas viven como si su
ocupación fuera el centro de su existencia, descuidando las necesidades
emocionales de sus familias". Una de las consecuencias es la falta de
dedicación hacia los hijos, que desarrollan "conductas
violentas e hiperactivas para llamar la atención".
El humanismo en la empresa empieza a contar con datos
que avalan la reclamación que los expertos en psicología y filosofía del
trabajo llevan haciendo desde hace años: "La
conciliación entre vida laboral y personal no puede ser un privilegio, sino un
derecho universal para todas las personas que trabajan para poder vivir digna y
equilibradamente".
Se estima que el 38% de los asalariados padece algún
síntoma nocivo derivado del exceso de trabajo (estrés y burnout) o que es
víctima de las relaciones agresivas que a veces se generan dentro de las
empresas (mobbing), según el informe Cisneros VI, del Instituto de Innovación
Educativa y Desarrollo Directivo (IIEDDI), especializado en prevención de
riesgos psicosociales. Más allá de estos malestares psicológicos, que parecen
ir aumentando entre la población activa, el actual modelo de desarrollo empieza
a generar otro importante daño colateral: “la
soledad afectiva y emocional de muchos hijos, que carecen del cariño y de la
orientación de sus padres, demasiado ocupados en cumplir con las exigencias de
sus respectivas ocupaciones profesionales”, señala Araceli Oñate, directora
general del IIEDDI.
Con la progresiva incorporación de la mujer a la
actividad productiva "la educación
de los hijos se está delegando cada vez más a los centros escolares".
Sin el apoyo directo de los padres y de las madres, está más que demostrado que
los hijos no pueden desarrollarse sanamente. No se trata de culpabilizar a
nadie, pero si la manera en la que hemos organizado la actividad laboral impide
que los padres tengan tiempo para jugar cada día con sus hijos es porque algo
no estamos haciendo bien.
Lo cierto es que según las conclusiones de otro
estudio -el Cisneros X, centrado en la violencia y el acoso escolar en España y
elaborado en colaboración con la consultora Mobbing Research-, cerca del 80% de
los niños mayores de siete años muestran conductas agresivas hacia sí mismos,
hacia sus compañeros y, sobre todo, hacia sus profesores. Entre éstas, destacan
el hostigamiento verbal (60% de los casos); la intimidación y las amenazas
(24%) y el chantaje emocional, una forma de agresión que representa el 6% de
los conflictos registrados en las aulas, según el informe. Pero detrás de esta
fachada tan amenazadora y conflictiva, el niño agresor esconde una
"profunda falta de autoestima, de cariño y de confianza".
El problema no radica en la incapacidad de los padres
para querer a sus hijos, sino en su inhabilidad para hacer que se sientan
queridos. Los niños perciben rápidamente si sus padres les están dedicando un
“tiempo de calidad”, y éste tan sólo existe cuando se produce una entrega
amorosa e incondicional.
A través de conversaciones con los niños más
conflictivos, se constata que la mayoría de sus padres regresan a sus hogares a
la hora de cenar, "normalmente demasiado cansados para atender a sus hijos
como estos necesitan y se merecen". Así, los niños se acostumbran a ser
educados por abuelos, niñeras y, en la gran mayoría de los casos, por la
televisión y los videojuegos, que los entretienen, pero también los convierten
en adictos potenciales a la evasión constante de sí mismos. Además, para
compensar esta ausencia, los padres suelen decirles que sí a todo,
bombardeándolos con obsequios materiales que no refuerzan una adecuada
educación.
Pese a todo, “algunos
de estos padres reconocen sentirse culpables por no poder estar más tiempo en
casa y estas inquietudes y preocupaciones suelen distraerles cuando están
trabajando", explica el psicólogo y ex defensor del menor en la
comunidad de Madrid, Javier Urra, socio director de Urrainfancia, consultora
especializada en educación infantil.
En su opinión, una
cosa es trabajar para ganar el dinero que necesitamos para vivir y otra perder
la perspectiva y convertirnos en esclavos de nuestro empleo.
Personalmente creo que cada una de las dos opciones
(trabajar o quedarse en casa), tiene beneficios y desventajas tanto para los
padres como para los niños.
Respecto al 'tiempo de calidad', me quedan dudas con
respecto a lo que los estudios consideran que debe ser lo indicado o lo
"mínimo".
Aunque sé que este tipo de estudios pretenden dar una
visión general de la situación de las familias, creo que es muy complicado
generalizar y dar una conclusión tajante como 'lo mejor para un niño es que su
madre trabaje fuera de casa': no se tiene en cuenta si en efecto la mujer lo
hace por su satisfacción personal o por que es la única opción que tiene
(económicamente hablando), ya que el desarrollo personal de una mujer puede ser
muy diverso: para unas puede ser dedicar su vida a su familia y para otras
poder compaginar el hogar con su carrera profesional.
Muchos profesionales de la materia dicen que lo
importante no es la cantidad de tiempo, sino la calidad, y yo sigo diciendo que
el tiempo no debería medirse en términos de calidad.
Tiempo de calidad se considera ese en el que estás con
tu hijo, jugando, contando cuentos, hablando, cantando canciones,
comunicándote, etc. y tiempo de no calidad sería si estás haciendo la comida,
si estás limpiando, si sales a comprar, si estás viendo la tele mientras tu
hijo juega o si estás hablando por teléfono y no le atiendes.
A mí me parece que el teórico tiempo de no calidad
también es un tiempo muy válido y con mucho valor. Hay estudios en los que se
demuestra que a la hora de valorar el tiempo real que pasan los padres con los
hijos no hay demasiadas diferencias entre las madres que trabajan y las madres
que no trabajan, porque el tiempo destinado en exclusiva a los hijos es
prácticamente el mismo. Pero yo creo que todo lo que entra en el saco de los
minutos de la paja también son minutos de calidad: llevarte al niño de compras
es tiempo de calidad, ayudarte a poner la lavadora es tiempo de calidad, llenar
la casa de agua porque te quiere ayudar a fregar es tiempo de calidad, ver a
mamá hacer la comida tocando y cortando ingredientes es tiempo de calidad,
tener que esperar unos segundos a que mamá acabe de hablar por teléfono es
tiempo de calidad… ¿o acaso no se aprende algo haciendo todo ello?
Lo único que tengo claro es que para un niño todo el
tiempo que puede pasar con sus padres es enriquecedor, y que eso es imposible
medirlo.
Lo importante es conectarse con uno mismo para
descubrir su propia verdad sobre la maternidad. Osho dice que la diferencia
entre la verdad científica y la verdaderamente espiritual, es que la primera es
social y la segunda individual. Esto significa que una vez que hay un
descubrimiento científico que es tomado como válido, todos lo aceptan, lo
incorporan y las siguientes generaciones construyen conocimiento a partir de
esa verdad. Pero la verdad espiritual es única, cada persona debe descubrirla
por sí misma a través de un proceso profundo que no termina nunca y que es
imposible transmitir en forma absoluta.
Y creo que con la maternidad sucede más o menos lo
mismo. No hay una única forma de ser madre, no es mejor quedarse en la casa y
posponer el desarrollo profesional ni es mejor trabajar afuera. Hay una forma
que funciona para cada uno y para cada familia. Encontrarla es un desafío. Pero
es en las soluciones individuales donde se manifiesta la diversidad humana y
ese es el complejo secreto de la existencia.

Y es que, como dijo el científico
Albert Einstein, "la palabra
progreso no tiene ningún sentido mientras haya niños infelices".
P.D: Una
imagen vale más que mil palabras. Espero que nuestras sombras no acaben nunca
con el mundo de color de nuestros pequeños.
Mª Esmeralda Ruiz Pina
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