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martes, 21 de enero de 2014

El otro no soy yo

Sigo intentando que las personas entiendan que el empeñarnos en hacer cambiar a los demás, el que los otros vean las cosas como yo las veo, el que el otro o la otra conciba los tiempos y las expectativas justo como yo las siento, las concibo, las quiero…, todo eso no es sano para nuestro equilibrio emocional ni para nuestra paz interior, lo que hace que nuestra estabilidad y nuestra sensación de nosotros mismos se vea mal parada y nos hace creer que todo lo que nos rodea está mal. Nos sentimos mal y giramos alrededor de ese mal que nos aprieta el alma creyendo que el otro no nos quiere porque no hace las cosas que nosotros queremos. Pero, ¿tenemos la capacidad de comuniarnos con él o con ella? ¿Tenemos claro lo que queremos decirnos a nosotros mismos y sabemos autoescuchar nuestros diálogos internos?

Las alteraciones que nos embargan se las achacamos al otro al que no escuchamos cuando nos hace las demandas que necesita y que se ensombrecen con nuestra propia vara de medir esas situaciones, empobreciendo la necesidad de tolerancia y empatía como desarrollo energético beneficioso para valorar las situaciones de una forma mucho más objetiva.

Veo al otro con mis ojos y no como un individuo distinto con sus propias sensaciones y preferencias; con su propia vida de la que él es su único dueño…Y quiero hacerlo a mi imagen y semejanza para que sienta como yo siento porque creo que eso será mi felicidad. Entonces, si el otro debe ser y sentir como yo, ¿qué me gusta de él o de ella que se complementa conmigo y es distinto? ¿Precisamente eso que me gustó es lo que ahora quiero cambiar?

Hay que empezar por aceptar y por encontrar en nosotros esas fuerzas que mueven la naturaleza, las relaciones: el amor, la tolerancia, la empatía, la afinidad y el respeto.

Y vayamos a por ellas; pongámonos en el camino de la conciencia de ellas y veamos cuál o cuáles nos faltan para motivarlas desde nuestro interior, y trabajarlas, adquirir esas habilidades que nos facilitarán hasta los momentos de discusión dentro y fuera de la pareja. Porque hemos de darnos tiempo ya que nadie cambia de la noche a la mañana, pero sí iniciamos esa andadura contando con la voluntad de cambiar y poner la conciencia para hacerlo, llevando como premisa, como alguien dijo, la necesidad de vivir el presente, mirar el pasado con cariño, sin dolor y el futuro con esperanza, para quitar la ansiedad y el desasosiego.

Trabaja en conocerte. No juegues contigo al escondite. Y si vas a terapia, ve por ti y no lo hagas para entender al otro y ver, en lo que se dice en cada sesión, en qué está fallando el otro, según tú. Es tu terapia, individual e intransferible. Esfuérzate en saber qué te pasa y por qué. Lucha constantemente por superarte. No te conformes con lo que eres. Vive tu vida. No dejes que nadie la viva por ti. Cada uno tiene su vida para vivirla, cada persona es individual y por esto cada uno tenemos nuestro camino en la vida. Trata de ponerte en el lugar de la otra persona con comprensión, con amor, de esta forma entenderás muchas de las cosas que suceden.

A muchos les gustaría estar en pareja, lo anhelan, lo necesitan, pero eso no se puede “obligar”, por lo que lo adecuado es no apegarse en exceso ni demandar seguridad absoluta porque aprender a ser psicológicamente independiente, aunque sepas que en una medida necesitas a los otros, nos da autonomía en pensamientos y sentimientos. El amor debe unir, no separar, debe aunar, no dividir y debe complementar, no anular la identidad personal.

Pero, entonces, ¿debemos cambiar?...Uf, ¡qué miedo da esa palabra! No, no se puede renegar de la forma de ser de cada uno, sino más bien, reeducarla y adecuarla a los momentos y situaciones que en cada momento me vayan viniendo. Porque, ¿sabes?...tú eres tú y tus circunstancias…; elige las que quieres vivir dentro de tus posibilidades de elección. En definitiva la reeducación y la adecuación es un cambio porque cambia lo que el otro percibe de nosotros.

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