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miércoles, 18 de abril de 2018

Aprender en Orientación Familiar

   Allá por el año 1999 decidí estudiar Orientación Familiar porque no me veía en mí; algo estaba desacompasado tan interiormente que no sabía qué pasaba al sentir una dicotomía entre lo que la vida me ponía delante y lo que aún no sabía que quería vivir. Era una sensación de vacío y de vértigo, de ganas de hacer y al mismo tiempo de apatía… ¡Qué raro me sentía!

Me llamó la atención eso de Orientación Familiar dentro de la corriente Sistémica y Humanista. Mucho más cuando supe que podía entenderse como un proceso de ayuda, encaminado a facilitar una dinámica familiar positiva, la solución de problemas y la toma de decisiones, además de potenciar y desarrollar los recursos familiares y que pretendía fortalecer y enriquecer el bienestar y la calidad de vida de las personas.
Pero había más, porque me informaron que trataba todos los problemas que puedan surgir en una familia y por extensión en los miembros que la componen, destacando las crisis en su ciclo vital y las situaciones de conflicto.

Y comencé a experimentar sensaciones al imbuir conocimientos relacionados con la asertividad, con la dinámica de grupos, con la empatía, con ver que la vida vivida a veces no tenía nada que ver con la vida querida, con aprender a relativizar, con la introspección seria y el análisis de la expectativas en la pareja, la sensación de una parentalidad adecuada pero carente de situaciones decisivas que me podían socavar hasta la propia personalidad y carácter.

Aprendí estos años de ejercicio que la Comunicación no es cosa baladí, sino más bien una necesidad determinante y decisiva para poder acercar criterios y posturas, nada que ver con las sensaciones de estrechez mental que en ocasiones destrozaba mi alma al no poder hacerme entender. Todo es cosa de dos y si uno se cierra es imposible establecer una comunicación eficaz creándose como enemigo una actitud rígida que precisamente no deja establecer ninguna pauta de negociación para acuerdos vitales de convivencia.

El profundizar en los inconvenientes que todo ser humano presenta en alguna etapa de su vida me ha hecho ver que somos capaces de obtener recursos y tomar decisiones personales y afrontar los problemas con amplitud de miras, no dejando que las necesidades de otro sean cárcel de tus propias voluntades o necesidades. Pero también he visto personas que se niegan a luchar por ellas mismas; personas que magnifican sus situaciones con grandes dosis de victimismo, gran enemigo, que impide verse uno como en un espejo, con la realidad vital ante tus ojos. La necesidad de mentirnos se hace evidente, pero hemos de desterrarla si queremos salir a la vida que queremos vivir de acuerdo a las circunstancias individuales personales.

He aprendido que las gentes empiezan a querer solucionarse los problemas de forma incipiente y que no hace falta tener grandes problemas enquistados para poder solucionar las bases que encierran las futuras problemáticas si no hacemos nada para caminar en las soluciones. Porque la Orientación Familiar, más bien, en familia, me ha demostrado que crea autopistas de entendimiento si está en la voluntad de todos los componentes del sistema y no aparece ningún quintacolumnista o aquella persona que, aunque extrañe, quiere hacer fracasar el éxito de las buenas pautas que se establecen, entre sesión y sesión, para equilibrar los sistemas relacionales. Y los hay, aunque siempre he creído que el amor que se siente entre los componentes de un sistema familiar debería ser el gran facilitador para dirimir pequeños problemas puntuales.

Pero cuando llegan a Orientación porque necesitan ayuda ves a personas que quieren, que necesitan encontrar una razón para efectuar los cambios que no saben que requieren, pero están abiertos, en disposición de aprender y son ellos los que hacen todo el trabajo, con esfuerzo, ganas y cuando ven luz al final la satisfacción no tiene parecido con nada que hasta ahora haya vivido. Y aprenden a hacer, aprenden a convivir y aprenden a ser, y yo también.

No es el objetivo ser perfecto sino saber y ser conscientes de los errores y elegir las herramientas adecuadas que hemos aprendido para detectar primero los fallos y paliar, mitigar o solucionar las situaciones a las que nos podemos ver abocados si no lo hacemos. Para ello, al final, he visto mejorar la comprensión de las características psicológicas y comportamentales de los demás.

Y lo que sí he aprendido es que la gente necesita ser escuchada, comprendida, entendida, y si le demostramos que lo hacemos les encaminamos a que ellos aprendan también a hacerlo, para que el abordaje de sus verdaderos problemas ellos mismos los entiendan y formen parte también de la solución, no solo de las desavenencias. Porque en la Orientación Familiar y la Terapia sistémica no hay etiquetas, no hay porqué diagnosticar, sino que buscas el problema y ves lo que se ha intentado para dar ese giro necesario de ciento ochenta grados. Y sí, eso es, he aprendido a escuchar, a observar todos los lenguajes, el verbal y el no verbal. Eso que tanto se ha dicho: la escucha activa. Y todo esto me ha servido para conocer cuales son las necesidades de la familia y tratar de ayudarla. Y jamás he visto más necesario incidir en algo tan necesario como es la gestión de las emociones.

He visto claramente que en los sistemas familiares no hay que buscar la patología, ya que muchas veces no las hay, sino que es un sistema que está funcionando de forma irregular porque las soluciones que se implementan no son las adecuadas. La forma: hacer lo contrario, entonces, de lo que hasta ahora se estaba haciendo.

Todos estos años han sido muy gratificantes para mí y he puesto mis conocimientos y mi corazón en intentar ayudar a familias, a padres que pedían consejos y orientación porque no se entendían con los hijos, a matrimonios que se querían separar, a otros que se separaban pero querían hacerlo de la mejor manera, a hijos que no entendían a los padres, a parejas que se querían pero algo les faltaba y ocurría entre ellos, etc. Y sobre todo, a la vez que ayudaba a los demás sé que he conseguido ayudarme a mí mismo y ese ha sido mi mayor éxito, aunque siempre estoy en el camino y sigo intentando mejorar en todas aquellas zonas erróneas que por aquel año 1999, ahora consciente, me movieron a estudiar en el bendito Instituto Superior de Ciencias de la Familia de Murcia.

Juan José López Nicolás

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