Allá por el año 1999 decidí
estudiar Orientación Familiar porque no me veía en mí; algo estaba
desacompasado tan interiormente que no sabía qué pasaba al sentir una dicotomía
entre lo que la vida me ponía delante y lo que aún no sabía que quería vivir.
Era una sensación de vacío y de vértigo, de ganas de hacer y al mismo tiempo de
apatía… ¡Qué raro me sentía!
Me llamó la atención eso de
Orientación Familiar dentro de la corriente Sistémica y Humanista. Mucho más
cuando supe que podía entenderse como un
proceso de ayuda, encaminado a facilitar una dinámica familiar positiva, la
solución de problemas y la toma de decisiones, además de potenciar y desarrollar
los recursos familiares y que pretendía fortalecer y enriquecer el bienestar y
la calidad de vida de las personas.
Pero había más, porque me
informaron que trataba todos los problemas que puedan surgir en una familia y
por extensión en los miembros que la componen, destacando las crisis en su
ciclo vital y las situaciones de conflicto.
Y comencé a experimentar
sensaciones al imbuir conocimientos relacionados con la asertividad, con la
dinámica de grupos, con la empatía, con ver que la vida vivida a veces no tenía
nada que ver con la vida querida, con aprender a relativizar, con la introspección
seria y el análisis de la expectativas en la pareja, la sensación de una
parentalidad adecuada pero carente de situaciones decisivas que me podían socavar
hasta la propia personalidad y carácter.
Aprendí estos años de ejercicio
que la Comunicación no es cosa baladí, sino más bien una necesidad determinante
y decisiva para poder acercar criterios y posturas, nada que ver con las
sensaciones de estrechez mental que en ocasiones destrozaba mi alma al no poder
hacerme entender. Todo es cosa de dos y si uno se cierra es imposible establecer
una comunicación eficaz creándose como enemigo una actitud rígida que precisamente
no deja establecer ninguna pauta de negociación para acuerdos vitales de
convivencia.
El profundizar en los
inconvenientes que todo ser humano presenta en alguna etapa de su vida me ha
hecho ver que somos capaces de obtener recursos y tomar decisiones personales y
afrontar los problemas con amplitud de miras, no dejando que las necesidades de
otro sean cárcel de tus propias voluntades o necesidades. Pero también he visto
personas que se niegan a luchar por ellas mismas; personas que magnifican sus
situaciones con grandes dosis de victimismo, gran enemigo, que impide verse uno
como en un espejo, con la realidad vital ante tus ojos. La necesidad de
mentirnos se hace evidente, pero hemos de desterrarla si queremos salir a la
vida que queremos vivir de acuerdo a las circunstancias individuales personales.
He aprendido que las gentes
empiezan a querer solucionarse los problemas de forma incipiente y que no hace
falta tener grandes problemas enquistados para poder solucionar las bases que
encierran las futuras problemáticas si no hacemos nada para caminar en las
soluciones. Porque la Orientación Familiar, más bien, en familia, me ha
demostrado que crea autopistas de entendimiento si está en la voluntad de todos
los componentes del sistema y no aparece ningún quintacolumnista o aquella
persona que, aunque extrañe, quiere hacer fracasar el éxito de las buenas pautas
que se establecen, entre sesión y sesión, para equilibrar los sistemas
relacionales. Y los hay, aunque siempre he creído que el amor que se siente
entre los componentes de un sistema familiar debería ser el gran facilitador
para dirimir pequeños problemas puntuales.
Pero cuando llegan a
Orientación porque necesitan ayuda ves a personas que quieren, que necesitan
encontrar una razón para efectuar los cambios que no saben que requieren, pero
están abiertos, en disposición de aprender y son ellos los que hacen todo el
trabajo, con esfuerzo, ganas y cuando ven luz al final la satisfacción no tiene
parecido con nada que hasta ahora haya vivido. Y aprenden a hacer, aprenden a convivir y aprenden a ser, y yo también.
No es el objetivo ser perfecto sino saber y ser conscientes de los errores y elegir las herramientas adecuadas que hemos aprendido para detectar primero los fallos y paliar, mitigar o solucionar las situaciones a las que nos podemos ver abocados si no lo hacemos. Para ello, al final, he visto mejorar la comprensión de las características psicológicas y comportamentales de los demás.
Y lo que sí he aprendido es que
la gente necesita ser escuchada, comprendida, entendida, y si le demostramos
que lo hacemos les encaminamos a que ellos aprendan también a hacerlo, para que
el abordaje de sus verdaderos problemas ellos mismos los entiendan y formen
parte también de la solución, no solo de las desavenencias. Porque en la
Orientación Familiar y la Terapia sistémica no hay etiquetas, no hay porqué
diagnosticar, sino que buscas el problema y ves lo que se ha intentado para dar
ese giro necesario de ciento ochenta grados. Y sí, eso es, he aprendido a
escuchar, a observar todos los lenguajes, el verbal y el no verbal. Eso que
tanto se ha dicho: la escucha activa. Y todo esto me ha servido para conocer
cuales son las necesidades de la familia y tratar de ayudarla. Y jamás he visto
más necesario incidir en algo tan necesario como es la gestión de las
emociones.
He visto claramente que en los
sistemas familiares no hay que buscar la patología, ya que muchas veces no las
hay, sino que es un sistema que está funcionando de forma irregular porque las
soluciones que se implementan no son las adecuadas. La forma: hacer lo
contrario, entonces, de lo que hasta ahora se estaba haciendo.
Juan José López Nicolás
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