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miércoles, 16 de mayo de 2018

Resistencia y oportunidad

Cuando encontramos personas en nuestra vida que nos oponen resistencia, con las que sentimos una sensación de “sí pero no”, de que hay algo que me dice que algo distinto sobrevuela el firmamento y esto no va a ser fácil de lidiar, parece que saca lo peor de mí, solemos evitarlas, renegamos de ellas y las vilipendiamos hasta tal punto que parece que son lo peor de lo peor. En cambio, si fuéramos capaces de verdad de ser observadores de nuestro interior vital, incluso sólo de las circunstancias que me hacen sentir, pero como digo, simplemente observar, veríamos que son estos encuentros de resistencia los que nos hacen realmente crecer, efectuar cambios internos y tomar conciencia de dónde están nuestras limitaciones y hasta qué punto rara vez somos nosotros, sino más bien un personaje que nos hemos creado desde nuestra realidad de “ficción” que si no gestionamos bien terminamos por ser ese personaje.

Eso que se nos resiste y no nos gusta es precisamente lo que nos va a dar las pistas sobre en qué hemos de incidir para dejar de sentir y elegir vivencias negativas sobre eso mismo que nos pone mal. ¿Por qué nos fastidia eso (lo que yo creo sobre esa situación) tanto? Tal vez en lugar de evitarlo, de buscar armas para afrontarlo (rara vez sabemos cómo), tendríamos que observarlo y hacerlo consciente y efectuar los diálogos internos adecuados para “dejar de pasarlo mal con eso que se resiste a mi comprensión y en definitiva a mí.”

Precisamente cuando algo que rompe el equilibrio individual y/o familiar ofrece una resistencia a nuestro yo y a nuestra creencias y nos hace sentir mal, con enfados, con roces, con el eterno “más de lo mismo”, es porque precisamente abordamos las soluciones que no solucionan y se perpetúan en el tiempo, no viendo que hay una resistencia que debemos observar y observar para ver por qué sucede y qué quiere decir, con el objetivo de abordarla con el tiempo haciendo algo diferente a lo mismo de siempre.

Podemos llevarlo a los casos que cotidianamente nos suceden a todos. Si la relación con mi hijo no es adecuada, me hace sufrir, se ha convertido con los años en ese dolor que atenaza el corazón de una forma crónica, es porque no ha habido límites, no se ha podido desarrollar el valor autoridad ya que las cesiones y los privilegios atípicos y anormales han hecho que se cree una relación del rol autorictas contrario e invertido.

No hemos sabido ir observando el desarrollo ni las señales que se iban dando y no podemos haber desarrollado la habilidad de observar qué parcelas emocionales quedaban afectadas ante tanta resistencia. Nos hemos dejado llevar y no hemos observado, simplemente sobrevolar para mirar, y no lo hemos hecho y esto eternizándose en el tiempo llega a verdaderos conflictos o el nacimiento de dos personas al servicio eterno de un tercero incapaz de observar la disciplina, los límites, las normas, el respeto y no sé qué más.

Se ha creado un hijo “descontrolado” tirano y con ausencia de valores justos. Pero nunca es tarde para observar el tipo de relación que tengo con mi hijo, con mi marido, la de mi marido con mi hijo, etc. Observar las resistencias que suscitan estas relaciones porque  lo que suele suceder ante relaciones desequilibradas o en momentos puntuales de crisis es que los educadores, los padres no hemos controlado la forma y cantidad de nuestros "SÍES", creyendo que los "NOES" aportan negatividad y frustración a nuestros hijos.

Si observáramos veríamos que lo importante es dar seguridad, control y límites, elementos estos que ayudan a que los hijos se sientan queridos y cuidados.

Ambas cosas expuestas en este artículo son de suma importancia: una, no huir de lo que opone resistencia sin observarlo y ver qué situaciones internas nos toca tomando las decisiones activas adecuadas y, dos, si esta dinámica la interiorizo, la observación de situaciones incapacitantes que oponen resistencia al equilibrio y a las normas básicas de nuestro sistema familiar se verá más como una oportunidad de realizar cambios adecuados y positivos que como situaciones incapacitantes que nos crean y hacen romper los equilibrios relacionales.

En este orden de cosas, también se hace necesario con la observación ante los “problemas” y la visión de aquello que se nos resiste, que lo que hay que cambiar está en mí, no en el otro. Lo que yo puedo matizar es a mí mismo y la parte de mí que forma parte de ese corro ancho en el que todos jugamos y como consecuencia también pongo mi granito de arena para que esas situaciones desequilibrantes se den. Esto es lo justo, en cambio no es difícil encontrar a padres y/o madres que piden solucionar sus problemas de familia haciendo que un terapeuta, y además, hombre, hable con su hijo para que éste efectúe el cambio que debe, según ella.

Todo el sistema es el que ha de ser tratado, todos y cada uno de los miembros de la familia nuclear y si es preciso la extensa y no sólo ese que parece que es el Paciente Identificado. No observamos ni miramos, sino más bien evitamos y no entendemos que yo me cambio yo y para eso debo observar, mirar y aprender a dialogar en mi interior que hará surgir la toma de conciencia para saber dónde estoy, cuáles son mis zonas erróneas y saber dónde me quiero situar para evolucionar y tender a esa felicidad deseable siempre. Pero sin cambiar uno mismo es difícil. Uno mismo es la única persona sobre la que se tiene el control.
Observemos, pues, el problema, observemos cómo nos impacta, qué saca de nosotros, qué emociones nos suscita…Observemos de forma consciente.

“…después de despertar, observar e identificar el personaje para advertir sus mecanismos y poderlo desactivar.” (A. Blay)

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