Cuando encontramos personas en
nuestra vida que nos oponen resistencia, con las que sentimos una sensación de
“sí pero no”, de que hay algo que me dice que algo distinto sobrevuela el
firmamento y esto no va a ser fácil de lidiar, parece que saca lo peor de mí,
solemos evitarlas, renegamos de ellas y las vilipendiamos hasta tal punto que
parece que son lo peor de lo peor. En cambio, si fuéramos capaces de verdad de
ser observadores de nuestro interior vital, incluso sólo de las circunstancias
que me hacen sentir, pero como digo, simplemente observar, veríamos que son
estos encuentros de resistencia los que nos hacen realmente crecer, efectuar
cambios internos y tomar conciencia de dónde están nuestras limitaciones y
hasta qué punto rara vez somos nosotros, sino más bien un personaje que nos
hemos creado desde nuestra realidad de “ficción” que si no gestionamos bien
terminamos por ser ese personaje.
Eso que se nos resiste y no nos
gusta es precisamente lo que nos va a dar las pistas sobre en qué hemos de
incidir para dejar de sentir y elegir vivencias negativas sobre eso mismo que
nos pone mal. ¿Por qué nos fastidia eso (lo que yo creo sobre esa situación)
tanto? Tal vez en lugar de evitarlo, de buscar armas para afrontarlo (rara vez
sabemos cómo), tendríamos que observarlo y hacerlo consciente y efectuar los
diálogos internos adecuados para “dejar de pasarlo mal con eso que se resiste a
mi comprensión y en definitiva a mí.”
Precisamente cuando algo que
rompe el equilibrio individual y/o familiar ofrece una resistencia a nuestro yo
y a nuestra creencias y nos hace sentir mal, con enfados, con roces, con el
eterno “más de lo mismo”, es porque precisamente abordamos las soluciones que no
solucionan y se perpetúan en el tiempo, no viendo que hay una resistencia
que debemos observar y observar para ver por qué sucede y qué quiere decir, con
el objetivo de abordarla con el tiempo haciendo algo diferente a lo mismo de
siempre.
Podemos llevarlo a los casos
que cotidianamente nos suceden a todos. Si la relación con mi hijo no es
adecuada, me hace sufrir, se ha convertido con los años en ese dolor que
atenaza el corazón de una forma crónica, es porque no ha habido límites, no se
ha podido desarrollar el valor autoridad ya que las cesiones y los privilegios
atípicos y anormales han hecho que se cree una relación del rol autorictas contrario e invertido.
No hemos sabido ir observando
el desarrollo ni las señales que se iban dando y no podemos haber desarrollado
la habilidad de observar qué parcelas emocionales quedaban afectadas ante tanta
resistencia. Nos hemos dejado llevar y no hemos observado, simplemente
sobrevolar para mirar, y no lo hemos hecho y esto eternizándose en el tiempo
llega a verdaderos conflictos o el nacimiento de dos personas al servicio
eterno de un tercero incapaz de observar la disciplina, los límites, las
normas, el respeto y no sé qué más.
Se ha creado un hijo
“descontrolado” tirano y con ausencia de valores justos. Pero nunca es tarde
para observar el tipo de relación que tengo con mi hijo, con mi marido, la de
mi marido con mi hijo, etc. Observar las resistencias que suscitan estas
relaciones porque lo que suele suceder
ante relaciones desequilibradas o en momentos puntuales de crisis es que los
educadores, los padres no hemos controlado la forma y cantidad de nuestros "SÍES", creyendo que los "NOES" aportan negatividad y frustración a nuestros hijos.
Si observáramos veríamos que lo
importante es dar seguridad, control y límites, elementos estos que ayudan a
que los hijos se sientan queridos y cuidados.
Ambas cosas expuestas en este
artículo son de suma importancia: una, no huir de lo que opone resistencia sin
observarlo y ver qué situaciones internas nos toca tomando las decisiones
activas adecuadas y, dos, si esta dinámica la interiorizo, la observación de
situaciones incapacitantes que oponen resistencia al equilibrio y a las normas
básicas de nuestro sistema familiar se verá más como una oportunidad de
realizar cambios adecuados y positivos que como situaciones incapacitantes que
nos crean y hacen romper los equilibrios relacionales.
En este orden de cosas, también
se hace necesario con la observación ante los “problemas” y la visión de
aquello que se nos resiste, que lo que hay que cambiar está en mí, no en el
otro. Lo que yo puedo matizar es a mí mismo y la parte de mí que forma parte de
ese corro ancho en el que todos jugamos y como consecuencia también pongo mi
granito de arena para que esas situaciones desequilibrantes se den. Esto es lo
justo, en cambio no es difícil encontrar a padres y/o madres que piden
solucionar sus problemas de familia haciendo que un terapeuta, y además,
hombre, hable con su hijo para que éste efectúe el cambio que debe, según ella.
Todo el sistema es el que ha de
ser tratado, todos y cada uno de los miembros de la familia nuclear y si es
preciso la extensa y no sólo ese que parece que es el Paciente Identificado. No
observamos ni miramos, sino más bien evitamos y no entendemos que yo me cambio
yo y para eso debo observar, mirar y aprender a dialogar en mi interior que hará
surgir la toma de conciencia para saber dónde estoy, cuáles son mis zonas
erróneas y saber dónde me quiero situar para evolucionar y tender a esa
felicidad deseable siempre. Pero sin cambiar uno mismo es difícil. Uno mismo es
la única persona sobre la que se tiene el control.
Observemos, pues, el problema,
observemos cómo nos impacta, qué saca de nosotros, qué emociones nos suscita…Observemos
de forma consciente.
“…después
de despertar, observar e identificar el personaje para advertir sus mecanismos
y poderlo desactivar.” (A.
Blay)
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