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viernes, 1 de junio de 2007

LA ELECCION DEL SENTIMIENTO A TRAVÉS DEL PENSAMIENTO


n una de mis charlas ante padres que como problema común argumentaban que no podían entender a sus hijos, se manifestaron una serie de preguntas que les preocupaba profundamente: <<¿Por qué no puedo evitar que mi hijo se deprima?>>;<<>>;<<¿tengo yo la culpa de que esté sucediendo esta situación? Seguramente es que no sé ser una buena madre.>>;<<>>...


Como comprenderán se dieron el lugar, el momento y el ambiente adecuados para que se propiciara una tormenta de preguntas e ideas que cada conjunto parental “echaba en la mesa”. Por lo menos estaban preocupados e intentaban ocuparse de la situación, pero se sentían inermes e impotentes ante la cruda realidad: “No logro solucionar nada”; “todo sigue igual”; “Me rindo, que sea lo que Dios quiera”...



Es complicado ser padre o madre; es un arte, un trabajo que hay que aprender; un oficio en el que hay que especializarse “a la fuerza”. Nuestros hijos, y perdonen que use el tópico, no vienen con un libro de instrucciones debajo del brazo. A ser padres se aprende siéndolo, errando, buscando soluciones, pero, sobre todo, utilizando la voluntad para querer hacerlo. No podemos abandonar y menos los que hayamos querido escoger esta “profesión”. Es conveniente no olvidar dentro del sistema familiar palabras como YO, NOSOTROS, PERDÓN, GRACIAS...Da igual desde quién a quién se tengan que decir o posicionar a la hora de hablar. Da igual que un hijo diga a su madre:Perdóname(se supone que es lo normal) o que una madre diga a su hijo:Perdóname, me he equivocado que es lo que no se acostumbra a hacer y también debería ser totalmente normal, cuando se da la situación.


En algo debería notarse que somos los Adultos, con lo que eso debe de llevar implícito, pero ¿realmente lo somos?


Tras todas las aportaciones que se puedan imaginar (más que una charla se convirtió en un taller temático: estuvimos cuatro horas), empezamos a vislumbrar una serie de puntos comunes que la mayoría de padres tenían (también asistieron padres que habían dimitido de sus funciones): no se sabía reconocer en realidad el sentimiento o la emoción que sentían sus hijos y que ellos mismos interpretaban, por lo que al conceptuarlas mal la intromisión y el propio pensamiento de la figura parental se distorsionaba a la hora de afrontar la situación (que por otro lado no se atrevían a confrontar con sus hijos).


En primer lugar extrajimos de sus preguntas los sentimientos, emociones o estados que habían comentado: TRISTEZA, DEPRESIÓN, INQUIETUD, ANSIEDAD, DOLOR, CULPA, DISGUSTO, IRA.


¡Que mal!, pensaron. <<¿Ve usted?, no hay nada positivo>>


Todo eran emociones que querían ahuyentar de sus hijos a toda costa, sin pensar que, como humanos individuales y distintos a ellos que son, pueden y deben sentir, si quieren, y por lo tanto estaban en su derecho de expresar y sentirse como eligieran. Algo mucho más importante es que no es lo mismo la TRISTEZA que la depresión, la INQUIETUD que la ansiedad, el DOLOR que la culpa, el DISGUSTO que la ira.


Se diferencian en que las del primer término, las escritas en mayúscula, pueden ser lógicas, racionales; pueden explayarse en nuestro cerebro porque sentimos; pueden trabajarse adecuadamente desde las propias creencias racionales, en cambio las del segundo término de la comparación pueden, desde el mismo sistema de creencias, o sea, desde el individual y propio, hacer patológica nuestra vida y las acciones o decisiones que en ella tomemos.


Estar triste es lícito, puede ser normal estando ante situaciones que así nos lo hagan sentir. Pero de la tristeza puedo salir (seguramente con ayuda) porque aunque haya perdido algo, me hayan hecho algo, la verdad es que se dio esa situación, tal vez, porque era lógico que ocurriera. No había ninguna razón para que eso no hubiera podido ocurrir y, además, no he podido hacer nada, por eso ha ocurrido y me hace sentir así de “tristísimo/a”. En cambio, la depresión que ocurre, según A. Ellis, por la creencia irracional, aborda el hecho que nos causa tristeza como “algo totalmente terrible y más aún, por el hecho de considerarse responsable de la situación, uno mismo se condena y autocensura: Soy malo/a, no logrando ver que esas situaciones que nos “desbordan” pueden ser un capítulo dentro de la “normalidad” de la propia vida.


Puedo permitirme estar inquieto por un cúmulo de situaciones que se están dando en mi vida o se pueden dar y aunque inquieto puedo esperar que la suerte me acompañe y no suceda lo que puede suceder. Pero si lo que “rumia” mi mente es que esto no debe ocurrir, no será justo, por favor, que no ocurra, “sería terrible si ocurriese”...precisamente este estado de pensamiento me sitúa de la inquietud más o menos lógica, en una ansiedad que hasta puede paralizarme y ocasionar que lo que tal vez no iba a suceder, suceda.


Como ven son dos formas distintas de afrontar una misma situación o pensamiento, lo que hace bueno la frase famosa (que pocos analizan) de´Te convertirás en aquello en lo que piensas constantemente´. Todo lo que llega a la mente a través de los sentidos, de forma consciente o no, se queda grabado para siempre, como a fuego, luego, si sabemos y somos conocedores de que esto sucede, queramos o no, de forma cierta, deberíamos alimentarla con la información correcta, y así puedes esperar grandes resultados.


En cuanto al dolor, y he de citar irremediablemente de nuevo a Albert Ellis, “si esa emoción, sensación, es derivada de la creencia racional se infiere de un pensamiento, por ejemplo, como este:Prefiero no hacer las cosas mal, intentaré hacerlas mejor, y si no ocurre así, ¡mala suerte! En cambio, sentirse culpable, con lo que ya de por sí hace daño el dolor, deriva de la creencia irracional y crea pensamientos como éste: No debo hacer las cosas mal, y si las hago o las he hecho, que malo soy, que malvado, no me lo perdono.


En teoría quien mejor se conoce es uno mismo y hasta aquí se puede elegir (aprendamos a ello) el pensamiento para no “patologizar” mi vida ni la de los demás. Una cosa es que esté enfadado, que tenga un disgusto y que me permita expresar que “no me gusta lo que ha hecho; me gustaría que no hubiera ocurrido, pero entiendo (aunque me cueste tiempo y ayuda) que los otros no son como yo y pueden romper mis normas” y ese hecho, me haga estar muy contrariado, muy enfadado, muy disgustado, y otra cosa es que cambie mi forma de ver la situación y desde el pensamiento <<>>, me venga una tormenta de rabia e ira que va a trastocar mi mente y de igual modo todo lo que diga. Está claro, pues, que hemos de notar la diferencia entre estar disgustado y tener ira.


Por todo esto, si aprendemos primero a vernos nosotros y conceptuar bien la situación (hay técnicas y profesionales), entenderemos el comportamiento no sólo de nuestros hijos, sino de las personas con las que convivimos y amamos.


MUCHO HAY QUE TRABAJARSE, PERO ÁNIMO, PODEMOS SI VERDADERAMENTE QUEREMOS Y NOS MERECE LA PENA




JUAN JOSE LOPEZ NICOLAS, Orientador Familiar

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